Diario Íntimo de Lulu Petite

Una historia fascinanteLulu Petite

EL GRAFICOQuerido diario: Te voy a contar la fascinante historia de uno de mis clientes. Es músico. Toda su vida la ha pasado pegado a una guitarra, inventando notas llegadoras y letras que hagan poema.

El problema es que, como casi todos, nació sin lana. Cuando no eres rico hay que poner la chuleta por encima de las pasiones. Desde chavo, sus papás le advirtieron que la música no le iba a dar para comer, así que tuvo que abandonar su guitarra y estudiar una carrera. Se tituló y consiguió un trabajo de oficina, de esos de sol a sol, de modo que trabajando para alimentar el cuerpo, dejó de hacer su música, para alimentar el espíritu. Luego vinieron el matrimonio, los hijos, la rutina. Apenas ganaba para salir al día. De vez en cuando, desempolvaba la guitarra y se olvidaba de todo. Hasta el año en que tocó fondo.

Un año de esos donde todo sale mal: Murió su papá, problemas con la esposa, deudas, se le enfermó el hijo y, en noviembre perdió la chamba. Cerca del fin de año, no tenía ánimo de brindis ni de celebrar nada. Después de un año tan atroz, ¿qué podía esperar del nuevo?

Igual se dejó convencer y fue a una fiesta. En la madrugada, el ambiente se puso bohemio y sacó la guitarra. Estaba ahí, tocando una de sus melodías cuando por una de esas coincidencias cósmicas conoció a alguien que resultó estar muy bien relacionado en el mundo de la música. El siguiente año nuevo ya se dedicaba de lleno a la música. Hoy es un compositor conocido. Seguramente, habrás escuchado una de sus canciones. Su suerte dio un giro. Recibió aquel regalo de la vida como quien recibe una gran oportunidad. Dejó el trabajo de oficina, se puso a componer de tiempo completo y vive de lujo.

Ayer estábamos en el motel, me mostró una foto viejita que le habían tomado de chavo. Estaba con su guitarra, casi más grande que él, en la casa de sus padres. Una mano en el brazo, la otra rascando las cuerdas. Apenas le estaba saliendo el bigote. Hoy está tan distinto, más hombre, más seguro de sí mismo. Ahora su mano derecha toca otra cosa: mi teta. Y la otra se extiende para acariciarme las nalgas.

Estamos desnudos, claro. La primera media hora se desquitó la calentura en un tris. Teníamos tiempo sin vernos. Él siempre me dice que solamente se acuesta conmigo. No le creo, ni sé qué decirle o cómo sentirme. Si halagada o incómoda. Conmigo no es necesario mentir. Como si la fidelidad aplicara para las sexoterapeutas.

Sonrío y tomo su rostro entre...

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