Diario Íntimo

(Embargada para sitios en internet hasta las 24:00 horas locales)Las Aventuras de Lulu PetiteLulu NievesEL UNIVERSALChiquito que es el mundo Querido Diario: Acababa de levantarme después de una noche agotadora, mitad trabajo, mitad hacer una tarea de esas tediosas y perpetuas que terminé a media madrugada. Lo bueno de que el tiempo avance, es que cada vez falta menos para que termine la escuela y me pueda dar el gusto de presumir mi título, mientras hay que pagar la cuota de desveladas.Me tallé los ojos y, casi en piloto automático, me metí a bañar. No amanecí con ánimo de ponerme a hacer el desayuno, así que eché en la licuadora leche y fresas, para irme al menos con un licuadito en la barriga. Me puse unos pants y a correrle a la escuela.La tarea debía entregarse en clase de las nueve. Eran diez para las nueve y yo seguía atorada en medio del tráfico. El tiempo era oro, pero un maldito semáforo descompuesto había convertido cierto crucero en un nudo indescifrable de coches que presumían la estridencia de sus cláxones. Había perdido toda esperanza de llegar, cuando de pronto un señor como de unos cincuenta años, orilló su coche y, con la agudeza de alguien que sabe lo que está haciendo negoció con los cafres de una calle y de la otra, para dejar pasar primero a unos y después a otros hasta que el nudo se vio deshecho. Cuando pasé a un lado de él, le dediqué una sonrisa de agradecimiento.Un par de piruetas después, tres mentadas de madre y un aventón de lámina, logré estacionarme, segura de que la psicópata de mi maestra, no me dejaría entrar a esa hora ni mucho menos entregarle la tarea. Corrí nomás para demostrar que la esperanza muere al último y sí, resulta que a la maestra la había atrapado el mismo embotellamiento que a mí y alcancé a entrar al salón segundos antes de que ella llegara con su cara de capitán del pelotón de fusilamiento. Eso pasó hace meses, regresando de las vacaciones de verano del año pasado.Hace unas tres semanas, a mediados de enero, pasó por mí mi amigo Mat para invitarme a comer. Estar con él tiene su riesgo. Por un lado, es como llevar la autoestima a un spa, siempre me dice cosas cariñosas y me acaricia el ego recordando lo mucho que según él le gusto y prometiéndome amor eterno, por otro lado, tanta sacarina termina por empalagar hasta a Willy Wonka. De todos modos, disfruto su compañía y, siempre que no se ponga demasiado empalagoso, la paso a todo dar con él. Fuimos a un restaurante que queda cerca de la...

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