Diario de Fatigas / La Patagonia mexicana

AutorChristopher Domínguez Michael

México es el centro de la obra de Roberto Bolaño (1953-2003), una vasta zona planetaria en la que ocurren, sucesivamente, la educación sentimental de los poetas (en Los detectives salvajes), la imagen pionera y desenfocada del exilio latinoamericano (con Auxilio Lacouture en Amuleto) y, en 2666, el feminicidio como la herida a través de la cual se drena el planeta. Bolaño termina 2666 con la palabra "México", gesto cabalmente aquilatado por Juan Villoro en el prólogo de Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas (Universidad Diego Portales, Santiago, 2006) (Relectura de Amuleto. Es una novela cursi sobre una heroína fatalmente cursi. El relato funciona como una introducción escolar al universo de Bolaño. Está escrita con la facilidad de las "novelitas burguesas" de José Donoso, comentario que a Bolaño, supongo, le hubiese enfurecido. O intrigado: quizá era demasiado inteligente como para dejar pasar la angustia de la influencias sin comentarla. Terapéuticamente).

El legado mexicano de Bolaño, quien vivió en México una década decisiva, la que va de la adolescencia a la juventud, parece muy distinto al dejado por los novelistas anglosajones. D.H. Lawrence, Lowry, Greene o Aldous Huxley abrieron, cada uno con una llave distinta, puertas a la percepción de la nueva y la vieja religión (el tema de la resurrección de los ídolos), el jardín del Edén (en Bajo el volcán), la parodia del martirio cristiano (El poder y la gloria) o de cierta espiritualidad prehippie (Ciego en Gaza, de Huxley). A Bolaño lo tienta una visión total (propósito imposible) y la frontera de su México imaginario coincide con los límites de su obra. Me da la impresión, vaguedad que debo explicar, que Bolaño como "extranjero" se asemeja a los pintores de origen alemán que se volvieron mexicanos en la segunda mitad del siglo 20 (Paalen, Gerszo, Von Gunten). Un México que en el fondo no tiene anécdota, un país verdadero al que se le ha sustraído lo que la identidad tiene invariablemente de folclórica. México, en Bolaño, es menos que un relato, una superficie pintada, una visión. Esta impresión mía quizá se deba (como ocurre con frecuencia en la lectura más comprometida) al efecto de ciertos párrafos que funcionan como acceso a toda una obra, en este caso, lo mucho que me impresionaron aquellos que Bolaño dedica a los retardados atardeceres en el Distrito Federal, lo cual me permite imaginar Los detectives salvajes bajo la forma de un eterno crepúsculo.

El asunto (o tan sólo la...

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