Diario de fatigas / Infancia de Brandes

AutorChristopher Domínguez M.

El episodio más notable de las memorias de Georg Brandes, al menos en lo que toca a Recollec- tions on my Chilhood and Youth (1906), cuenta cómo, siendo niño, acabó por descubrir que era judío. En la calle, cuando salía a pasear con su nana y su hermano menor, Georg escuchaba a sus espaldas una palabra extraña y veía proferirla a un rapaz que le hacía caras burlescas. La gobernanta, cuando Georg le pregunta qué quería decir aquella palabra con la que aparentemente se le insultaba, le respondía que la palabra "judío" no significaba nada. Que era solamente una mala palabra.

Un día Georg le preguntó a su madre qué quería decir judío. "Los judíos son sólo gente", dijo la señora. "¿Gente desagradable?", insistió Georg. "Sí, a veces son gente fea pero no siempre", le respondió la mamá. "¿Puedo ver a un judío?", inquirió Georg una vez más. "Sí, es muy fácil", y lo tomó por la cintura y lo puso frente al largo espejo oval que estaba encima del sofá donde transcurría la conversación. "Aquí tienes a un judío".

La anécdota escenifica algo distinto de lo que hubiese significado en un país antisemita. Dinamarca, en cuya capital nació Georg Morris Cohen Brandes el 4 de febrero de 1842, tenía una respetable tradición de tolerancia nacional hacia los judíos, al menos desde 1690, cuando cerraron el guetto. Esa tradición honró a Dinamarca durante la invasión alemana de 1940 en una conflagración que Brandes ya no vivió, pero cuya locura antisemita profetizó y combatió.

El gesto completo de la señora Brandes refleja en su resignación humorística y en su sensatez ilustrada la actitud entera con la que Brandes enfrentaría su tiempo. No le gustaban los misterios, no entendía lo tenebroso ni lo romántico y al único demonio al que se había confiado era al de Sócrates, impertinente, pugnaz, quizá loco, pero jamás maligno. Nunca le importó realmente ni el judaísmo ni el cristianismo lo cual limitó su conocimiento de Kierkegaard y de Nietzsche, autores que él le descubrió a miles y miles de lectores. Denunció Brandes el antisemitismo, pero nunca lo padeció en toda su gravedad: la enjundia con que defendió a los judíos polacos y rusos provenía del espíritu de humanidad de aquel que desea para sus vecinos la paz en la que él vive.

Las Recollections of my Chilhood and Youth resultan aburridas cuando se ajustan a la conocida frase de Tolstói al comenzar Anna Karenina: todas las familias felices se parecen y la de Brandes lo fue. Impera, a ratos, un idilio un poco soso de...

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