El devoto fiel

AutorDaniel de la Fuente

No todos responden a Dios de la misma manera. Por ejemplo, antes de que el alba rompa en el paisaje, él ya está en pie, ha agradecido el nuevo día y empieza a prepararse para salir de casa.

Leopoldo Villarreal Robledo, ingeniero civil, maestro de la Facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica de la UANL y del Instituto Andrés Arellano del Seminario Menor, sale de su hogar en San Pedro sin dejar de mirar el crucifijo de madera que pende de una pared del vestíbulo desde hace 41 años.

Según la jornada diaria será la misa a acudir: si tiene tareas tempranas, irá a las 6:30 horas al Convento de las Madres Adoratrices. Si hay más tiempo, a la Iglesia de Fátima, a las 7:00.

Si hay menos actividades podrá asistir a la de 7:30 en la Capilla de las Clarisas y, en caso de que el día pinte tranquilo, la misa "a vivir" será la de las 8:00 en el Templo de San Francisco.

Vivir la misa, así dice. Recela de los que expresan "oír misa": le suena a que La Palabra entra por un oído y sale por otro.

"Es vivirla, a ver qué haces con ella tanto en palabra como en acción. ¿Cuántas veces te dan las gracias y no contestas o te dan el paso con el vehículo y ni siquiera volteas a agradecer?", afirma con su voz baja y amable.

"Pudiéramos tratar a todos como Dios manda. Esto se da al vivir la misa, repartirla entre los demás, que te veas contento".

Alto, delgado, de cabello escaso y bigote, Leopoldo sonríe con la intensidad que da tener 78 años, casi todos dedicados a seguir a pie juntillas la Palabra de Dios y escuchar misa por 71 años ininterrumpidos así haya andado al otro lado del mundo.

Incluso ha comulgado todos los días a excepción de una vez que recuerda bien: cumplía 14 años y la Iglesia dictaba que, antes de probar el cuerpo de Cristo, se debía guardar ayuno.

Leopoldo no se guarda la falta inocente: bebió un vaso con agua.

"De ninguna manera", responde serio y aprisa cuando se le menciona en broma la palabra "herejía".

"Fui a misa, pero ya no comulgué".

En un tiempo en el que para algunos Dios parece no estar de moda, la devoción de Leopoldo es un compromiso admirable.

"Por suerte me encontraste", dice al aceptar la charla en su casa silenciosa. Desde que murió Bertha Yolanda Garza Salinas, su esposa, en diciembre del 2010, la casona quizá habrá cambiado: las cortinas cerradas impiden el paso de la luz natural a la sala, en cuyo centro hay un gran piano Bluthner tres cuartos de cola negro, situado junto a un comedor para ocho comensales y paisajes apastelados...

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