Y desapareció como un puño cuando se abre la mano

AutorFederico Campbell
Páginas317-319
Y DESAPARECIÓ COMO UN PUÑO
CUANDO SE ABRE LA MANO
EN EL HALCÓN MALTÉS, de Dashiell Hammett, los personajes no
penden como títeres de la tensa cuerda tendida a lo largo de la
trama. Tienen otra dimensión, más humana, menos acartonada, más
dramática. La motivación de un personaje como Sam Spade consiste
en encontrar al asesino de Miles Archer, su colega en la oficina de
detectives privados que tienen en San Francisco. Ése es su impulso:
se trata de una cuestión de principio y el hecho de que Spade ande
con la mujer de Archer pertenece a otro orden moral —el de las
relaciones periféricas— y no cuenta.
Si Dashiell Hammett —que conocía bien el oficio de investigador
porque trabajó durante los años veinte en la agencia Pinkerton—
aportó al género policiaco la dimensión psicológica y estética de que
carecía fue porque antes que un “autor policiaco” era un novelista a
secas.
Podría pensarse, desde la perspectiva de nuestro tiempo
mexicano, que en el fondo era un maniático de la ética y que por
tanto su protagonista, su alter ego, Sam Spade, actuaba en
consecuencia.
Más que una idea de la venganza, en un tramo final de la novela se
esboza un sentido de la justicia o de la solidaridad cuyo texto podría
colocarse a la entrada de todas las agrupaciones de periodistas:
“Cuando a uno le matan a su socio se supone que hay que hacer algo
al respecto. No tiene importancia la opinión que uno tenga de él. Era
tu colega y se supone que debes hacer algo” [He was your partner
and you’re supposed to do something about it]. Con estas líneas
quiere explicarle a Brigid O’Shaughnessy por qué, a pesar de que tal
vez la ame, no puede dejarla escapar.

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