Desafío Extremo / Aventura en El Chipitín

AutorJuan Guillermo Ordóñez

Cada mes, durante las dos semanas siguientes a la publicación de Desafío Extremo recibo una buena cantidad de correos que agradezco y contesto, aunque no con la prontitud que quisiera.

Los contenidos de estos correos son de lo más variado e interesante. En uno de ellos me mandaron una fotografía muy familiar para mí: una toma desde el pasadizo de las dos rocas, que antecede la llegada a la cascada del Chipitín.

Este punto permite una fotografía con varios planos muy interesantes, debido a sus diferentes captaciones de luz y porque da una pequeña probadita de la belleza natural a la que se está a punto de ingresar en forma gradual, y enfatizo gradual porque, además de la vista, el estruendoso sonido de la cascada también se va percibiendo en esa forma, así como la brisa que emana de la misma.

Concluí que el lector había tenido la misma sensación que yo tuve la primera vez que crucé entre estas dos rocas, al sentir la necesidad de plasmarlo en una toma fotográfica.

Aún recuerdo con claridad el día que conocí la cascada del Chipitín, hace más de 30 años.

Un día antes habíamos salido mis amigos Jorge Pérez, Miguel de la Garza, Alonso Marty, Arsenio Ortiz y yo del paraje de la Nogalera, muy cercano a la Cola de Caballo, en una caminata que nos llevó a acampar al punto de Las Adjuntas, después de más de cuatro horas de ardua jornada.

Al día siguiente salimos al amanecer con rumbo a Potrero Redondo, con la idea de llegar a comer para posteriormente enfilarnos a nuestro encuentro con la famosa cascada que, a principios de los 70, era un sitio más bien desconocido.

Arsenio ya conocía El Chipitín y nos anticipó que nos impactaríamos al encontrarnos con ella, sobre todo con la forma en la que se ingresa a la misma, a través del pasadizo de rocas. La experiencia fue impresionante e inolvidable, aún para un adolescente de 14 ó 15 años.

Desde ese día, me he posado en varias ocasiones en esas rocas para repetir esa fotografía: en épocas de huracanes, en invierno, con mi familia, al amanecer, al atardecer y no sé qué tantas variantes más.

Recuerdo que en nuestra primera expedición sumergíamos los refrescos en la gran fosa y se enfriaban como en un refrigerador.

Uno de los retos que superábamos era nadar por sus frías aguas hasta el lado de la caverna y caída del agua, todo esto entre las 11:00 de la mañana y las 2:00 de la tarde, periodo en que se asoma un poco el sol por esa cerrada cañada.

De esa aventura recuerdo escenas de pláticas de "sobremesa"...

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