Un derrumbe que no acaba

AutorDaniel de la Fuente

San Juan de Sabinas, Coah.- No se sabe qué es peor: si los días de la tragedia y la esperanza infundada o el año que se cumple sin grandes resultados y sí con consecuencias.

Y además: sin recuperar al total de los mineros fallecidos en la mina Pasta de Conchos, tras la explosión por exceso de gas metano la madrugada del 19 de febrero del 2006.

A un año exacto de la tragedia, sólo dos cuerpos de 65 fallecidos han sido rescatados y presuntas irregularidades incurridas por Industrial Minera México fueron denunciadas por autoridades y familiares, quienes han debido transitar por un mar de enredos legales, trabas burocráticas y divisiones al interior de sus familias para obtener sus indemnizaciones y pensiones.

Finalmente, en este primer año el emporio minero anunció el cierre de la mina y dejó fuera a 245 trabajadores, en cuya incertidumbre sólo hay algo seguro: si no es en esta mina, será en otra donde hallarán trabajo.

En tanto, cerca de 100 empleados siguen en las tortuosas labores de rescate ante los deudos, quienes no saben cuándo dejarán de pensar en el horizonte mortecino que representa para ellos Pasta de Conchos, del que no olvidan las noches terribles de frío y llovizna, el olor de las hogueras nocturnas, los informes confusos de los directivos, los gritos y los rezos.

Los fantasmas de la tristeza, la desintegración familiar, los problemas emocionales y el destino incierto pueblan los hogares de sobrevivientes y familiares.

Así viven el otro derrumbe.

I

Para los sobrevivientes de la explosión, la tragedia parece no tener fin.

Uno de ellos es Fermín Rosales, quien detrás de la barra de una vieja cantina que le dejaron a cuidar, en Nueva Rosita, luce con las ojeras propias de quien no ha podido conciliar el sueño por mucho tiempo.

El joven de 30 años, uno de los siete sobrevivientes de la tragedia del 19 de febrero, bebe un sorbo de cerveza y cuenta sin pregunta de por medio lo sucedido a las dos con veintitantos minutos de aquella madrugada terrible.

"Se oyó una explosión a lo lejos: ¡pum!, muy al fondo, y luego otra, más fuerte: ¡puuummm! y nomás volteé para la salida de la mina calculando la distancia para ver si necesitaba salir", explica. "Apenas si alcancé a moverme. Nomás se oyó que venía un ruido cabrón del fondo de la mina, como si el diablo viniera corriendo, un tren. Quién sabe".

El golpe le llegó por la espalda, fuerte, como si alguien hubiera aventado sus 80 kilos de peso con un carro a velocidad. Quedó inconsciente y, cuando despertó, creyó que apenas había sucedido el incidente. Pero habían pasado dos horas y su cuerpo había sido proyectado varios metros.

"No veía nada, nada, nada, estaba todo oscuro y nomás respiraba puro polvo. Traía tierra en la cara, la boca, los ojos y las orejas. Me paré como pude, me dolía un montón la espalda y parte de la cabeza".

Oyó que muy cerca de allí uno de sus amigos gemía y pedía que lo despertaran, que estaba soñando muy feo. Fermín gritó su nombre y aquél se le acercó en la penumbra.

- "Fermín, ¿eres tú?", preguntó el amigo, llorando.

- "Sí, vente", le dijo, aturdido aún, pero tratando...

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