Derechos de Autor: En defensa de la creación

AutorHumberto Musacchio

En un país de pobres, argüir que se es pobre es un pobre argumento. Pero los autores son pobres, lo son la inmensa mayoría y pese a la pobreza le dedican horas preciosas a la creación. Para hacerlo, casi siempre tienen que desempeñar los más peregrinos oficios, los trabajos más amargos y las actividades espiritualmente menos gratificantes.

El desaparecido Antonio Castañeda, quien obtuviera el Premio de Poesía Aguascalientes, hasta su muerte vendió libros que le permitían ganarse la pitanza y patrocinar su producción lírica. Juan Rulfo tuvo que consumir muchos años de su vida en oscuras covachuelas, porque se ganaba la vida como burócrata para poder escribir. Imposible olvidar que los grandes textos de Octavio Paz no hubieran sido posibles si nuestro Premio Nobel no hubiera dejado la vida en el periodismo, la diplomacia, la cátedra, la corrección de discursos y otras ocupaciones que lo apartaban de esa obra que hoy es orgullo de México y patrimonio universal.

Nadie ignora que Juan José Arreola dijo que "la vida de los escritores en México siempre ha sido difícil". Lo fue especialmente para él, que en su Zapotlán nativo tuvo que trabajar como aprendiz de encuadernador, chícharo de imprenta, mocito de un molino de café, dependiente de una papelería, empleado en una tienda de ropa y en otra de abarrotes y, ya en la Ciudad de México, desde abonero hasta publicista, pasando por editor, tallerista, carpintero y maestro que en la televisión ejerció su generoso ministerio junto a galanes sin sesera y grupas iletradas, todo eso para disponer del automecenazgo que le permitió dedicarse a leer y escribir, que son las dos actividades centrales del escritor; todo eso para producir su Varia invención, su Confabulario, La hora de todos, La feria o sus cuentos irrepetibles.

Los creadores, para solventar el tiempo y los gastos dedicados a la creación, se ven orillados a ganar dinero en otras cosas, a veces emparentadas con sus intereses centrales, pero frecuentemente muy lejos de los móviles y las necesidades de la producción artístico-intelectual. En tales condiciones, la creación es un acto de amor o de extrema soberbia, pues sólo así puede explicarse que la obra se produzca no gracias a que todo esté dispuesto, sino pese a cualquier obstáculo, en medio de la mayor adversidad, para recibir como única recompensa la creación misma, las más de las veces sin premio ni comprensión.

Se escribe, se pinta o se compone música por un imperativo ineludible, vital, y por desgracia pocas veces el resultado está a la altura de las motivaciones. El mundo está...

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