Denise Dresser / ¿La línea azul?

AutorDenise Dresser

Es una cita citable la de Joel Ortega, "no permitiré que este hecho empañe mi trayectoria política". En pocas palabras, el principal responsable de la seguridad pública en la capital de la República no dejará que 12 muertos en un operativo desastroso manchen su reputación. No permitirá que la brutalidad y la ineficacia demostradas por la policía a su cargo pongan en jaque su carrera. No tolerará que las violaciones más obvias a los derechos más elementales saboteen su fantástico futuro como servidor público. No, no, no. Aquí de lo que se trata -en la percepción de Ortega y sus jefes- es de controlar daños, encontrar chivos expiatorios, esperar que pase la tormenta mediática. El objetivo de todos los que llevan días arremolinados en la oficina de Marcelo Ebrard es cómo salvarle el pellejo a un amigo, no cómo rendir cuentas ante la sociedad. La meta compartida es cómo cuidar el puesto, no a la población.

Y precisamente por ello, yo exijo la renuncia inmediata de Joel Ortega. Porque bajo su mando, la policía se ha acostumbrado a actuar sin límites. Porque bajo su supervisión, la policía en vez de servir y proteger se dedica a reprimir y patear. Basta con ver los dos videos que demuestran lo que pasó esa tarde en el News Divine. Basta con escuchar los testimonios de las víctimas. A los golpeados, a los empujados, a los criminalizados, a los que no se les otorga la más mínima presunción de inocencia. Las caras de angustia de los que, poco a poco, se van quedando sin aire. Los gemidos de quienes, poco a poco, mueren aplastados. Los gritos de quienes descubren a su hermana o a su amigo o su primo tendido en la calle, donde son ignorados por quienes tienen la obligación de asegurar su seguridad.

Yo exijo la renuncia inmediata de Joel Ortega. Porque esa tarde brumosa murieron Eredi Pérez y Rafael Morales y Daniel Azcorve y Ericka Rocha y Alejandro Piedras y Leonardo Amador y Pedro López y Remedios Marín, entre otros. Porque la policía de un lado de la puerta evitó la salida de los jóvenes, mientras la policía del otro lado los empujaba hacia allí. Y sus padres ya los fueron a enterrar. Y saben que esos muchachos de 18 y 15 y 13 y 14 y 24 años fueron víctimas de un aparatoso "show" preparado por los mandos de la policía capitalina, con el afán de demostrar con cuánta eficacia combaten el crimen y con cuánta determinación enfrentan la corrupción. Por eso llegaron con pistolas y pasamontañas, preparados para posar ante las cámaras. Buscaban un golpe...

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