Denise Dresser / Ogro 'reloaded'

AutorDenise Dresser

Amanecimos en el país perfecto. Un lugar de buen tono y buenas maneras. Un sitio de gobernabilidad y civilidad. Donde la política es asunto de pactos y abrazos y apretones de manos captados por las cámaras, en un recinto histórico. Donde la política -de pronto- está por encima de las pasiones partidistas y los intereses egoístas. Donde todos los líderes son honrados y transparentes, civilizados e incluyentes. El país del "Pacto por México", que le dará certeza y rumbo al país, dicen. Que reivindicará al público ante lo fáctico, aseguran. Que consolidará a México como una democracia eficaz, prometen quienes buscan el consenso a toda costa. He allí a todos los que se odian, sentados en la misma mesa, mirándose a los ojos.

Sonriendo mientras ofrecen acabar con la pobreza, defender a los indígenas, invertir en el campo, financiar la seguridad social universal, crear un seguro de desempleo, inaugurar un seguro de vida para jefas de familia, licitar dos cadenas de televisión abierta, modernizar a la educación. Todas ellas, medidas loables. Todas ellas, propuestas plausibles. Noventa y cinco promesas que tienen el objetivo de pavimentar un piso común. Noventa y cinco ideas cuyo objetivo declarado es pactar para avanzar, consensuar para despabilar, negociar para mover a México en vez de rendirse ante su parálisis. Y de allí el entusiasmo que suscita el Pacto y los vítores que han acompañado su aprobación. En México, de cara a los problemas persistentes la respuesta suele ser la misma: negociar hasta el cansancio, civilizar a los contrincantes, anunciar grandiosos pactos, forjar acuerdos sin precedentes entre adversarios recalcitrantes.

Y cada una de las fuerzas políticas tiene sus propias razones para pactar. Enrique Peña Nieto para demostrar que puede confrontar a la televisión que contribuyó a crearlo; Gustavo Madero para demostrar que puede distanciar al PAN del calderonismo que ayudó a sabotearlo; Jesús Ortega para demostrar que puede rescatar al PRD del oposicionismo testimonial que llevó a marginarlo. Incentivos distintos, objetivos comunes; metas diferentes, pasos compartidos. Para los tres, el viaje es el destino. La travesía es la meta. Poco importa si los perredistas comparten la idea de un Código Penal único o no. Poco importa si el PAN quiere que todos los hidrocarburos permanezcan en manos de la nación o no. Poco importa si el PRI realmente cree en un censo nacional de maestros o no. Basta con que participen en la plática. Más allá de...

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