Denise Dresser / Amor a AMLO

AutorDenise Dresser

Lamentable afirmarlo pero en el tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, el nuevo gobierno parece una gallina descabezada. Corre en una dirección y luego en la otra, contradiciéndose, confundiéndose, en un zigzagueo que desconcierta tanto a quienes lo apoyan como a quienes lo aborrecen. En pocos temas hemos presenciado tal cantidad de confusión, de mensajes encontrados, de posturas cambiantes. Durante la campaña AMLO afirmó de manera categórica que la obra se cancelaría; después dijo que sería sometida a una revisión técnica; luego le pidió ayuda a los ingenieros y dijo que acataría sus recomendaciones; enseguida presentó dictámenes contradictorios y finalmente anunció que el dilema se resolvería con una consulta pública vinculante.

A lo largo de la contienda electoral, el NAIM formó parte central de un discurso anti-sistémico, porque el aeropuerto representaba mucho de lo que está mal con el sistema. La corrupción. La cuatitud. La opacidad. La cultura de los favores y los privilegios y las obras faraónicas. Todo eso es cierto y explica por qué costará mucho más de lo inicialmente presupuestado; por qué Carlos Slim es uno de los principales inversionistas; por qué hasta ahora se debate su impacto ambiental. Era un blanco fácil y con razón. Al lanzarse contra el aeropuerto, AMLO atizaba el enojo de quienes se sienten frustrados por el fariseísmo y excluidos por las élites.

Pero una cosa es denostar como candidato y otra es tomar decisiones como Presidente. Y es aquí donde López Obrador y su equipo han descubierto que no podrán elegir entre el blanco y el negro, sino entre distintos tonos de gris oscuro. Cancelar la construcción con los costos hundidos y de indemnización que eso entrañaría. Continuar la construcción con los costos de credibilidad entre su base que eso acarrearía. Seguir insistiendo en una tercera opción en Santa Lucía que se les ha dicho que sería inviable o requeriría un estudio que tomaría cinco meses. Tres opciones complejas que generarían descontento entre unos u otros; entre los inversionistas o la clase empresarial o los que sentirían que el Presidente traiciona una de sus promesas de campaña. Y por ello el gobierno en puerta opta por comprar tiempo, subcontratar responsabilidad, y decir que el futuro de la obra será decidido por referéndum a fines de...

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