M. Delal Baer / ¿Quién ganó?

AutorM. Delal Baer

Como dijera el viejo maestro de la política mexicana Jesús Reyes Heroles, "en la política, la forma es fondo". No han faltado voces que tratan de manipular la forma para influir en el fondo, inventando grandes ganadores y perdedores en las más recientes elecciones intermedias. Que ganó el PRI porque su número de curules subió de X a X, que ganó el PRD porque arrasó en el Distrito Federal, que desplomó el PAN porque sus curules descendieron de X a X. Cada una de estas declaraciones son hasta cierto punto superficiales -ignorando el fondo del asunto para dejar puras ilusiones.

En el fondo, no hubo grandes ganadores en estas elecciones. Ningún partido político sacó un porcentaje del voto arriba del 35 por ciento. La verdad, ¡qué pobre resultado para cualquiera de los partidos! Ninguno alcanza a tener una mayoría digna. El PRI sacó menos del 35 por ciento, lo cual no puede ser interpretado como una gran victoria. Claro, el PRI ha demostrado una capacidad de sobrevivencia y recuperación impresionante en estas elecciones, sobre todo después de su histórica derrota en el 2000 con todo lo que eso implica. Pero es un voto mucho menor de lo que ganó en los tiempos del declive democrático propiciado por Salinas y Zedillo, cuando en aquella época el PRI todavía ganó arriba del 50 por ciento del voto. Ahora, el PAN ganó 31 por ciento del voto, lo cual es consistente con su nivel histórico y es un mínimo de 3 puntos abajo del PRI. Tampoco puede ser interpretado como la gran derrota. El único que ganó una mayoría aplastante es el PRD, pero esa mayoría existe nada más en el Distrito Federal, que se ha convertido en una especie de isla perredista en un vasto mar nacional de panistas y priistas.

Cuando nadie gana, el país pierde. México se ha transformado pasando de un país de mayorías aplastantes a un país de partidos minoritarios y fragmentados. Lo grave del asunto es que ningún partido puede decir que tiene un mandato popular para gobernar basado en resultados tan anémicos. Implica una gran ambivalencia popular en cuanto a las políticas públicas de los partidos. Las consecuencias prácticas de un sistema de partidos pequeños y fracturados es obvia -es difícil lograr grandes consensos en el Congreso para las reformas que necesita el país-. La perspectiva para el futuro es preocupante -o los partidos maduran rápidamente adquiriendo una cultura de moderación y compromiso, o el país se hunde en un mar de pasiones partidarias.

Todo eso implica la necesidad de...

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