En defensa de la cultura

AutorEduardo Vázquez Martín

Desde marzo de 1998 un grupo de personas con intereses diversos en la cultura trabajamos en la elaboración de una política cultural para el Gobierno del Distrito Federal y en la creación de un nuevo organismo público: el Instituto de Cultura de la Ciudad de México. Recibimos una instancia desligada de la ciudad, carente de programas culturales, proveedora de elencos y tarimas, reproductora servil de las mercancías del entretenimiento, Socicultur, y la transformamos en un instrumento de la ciudad al servicio de la promoción y divulgación de la cultura. En este tiempo llevamos a la práctica algunas ideas nuestras y de otros, respondimos a las iniciativas de mucha gente, probamos la suerte de algunas intuiciones y enfrentamos los obstáculos propios de la administración pública; el primero de todos fue el desconocimiento de la forma de operar del sistema burocrático, nuestra dificultad para comprender el sentido lógico de un conjunto de normas creadas por décadas, en las entrañas del ogro filantrópico, para favorecer la incompetencia, el hurto y la simulación.

Con la renuncia de Alejandro Aura a la dirección general del ICCM, a la que se suma la mía y la de otros compañeros, termina una etapa de la vida cultural de la ciudad, o por lo menos de una parte de ella. Los involucrados en este proceso encontramos algunas oportunidades de reflexionar sobre lo que sucedía en el camino, y aun en textos de no muy amplia circulación dejamos por escrito nuestros propósitos y lo que nos fue posible ver de la ciudad desde nuestra perspectiva; estas líneas son las últimas que escribo con esos ojos.

Hace más de tres años, Cuauhtémoc Cárdenas decidió la creación del Instituto de Cultura; con esta acción recogió una propuesta de algunos ciudadanos y se mostró receptivo a un debate en el medio de la cultura acerca de la necesidad de una política más incluyente y abarcadora que la nacida en el seno de su partido. Esta propuesta en gestación tomó el concepto central del primer gobierno democrático, el de una ciudad para todos, como el objetivo de una serie de acciones que buscarían poner en práctica iniciativas nacidas entre artistas e intelectuales, en su gran mayoría ciudadanos sin militancia partidista, jóvenes de las universidades y los barrios, vecinos con interés por las manifestaciones culturales de sus comunidades, creadores de todas las disciplinas, habitantes diversos de la Ciudad de México.

Las propuestas que alcanzaron amplios consensos en el mundo de la cultura y una participación generalizada de la gente fueron en principio dos: la creación de un programa extenso de fomento a la lectura, y la iniciativa que propició el desarrollo de las más diversas formas de la cultura en los espacios públicos de la ciudad y que de manera general se conoció con el nombre de La calle es de todos.

Las plazas, los barrios y el Zócalo han sido los lugares privilegiados de una promoción masiva de las artes y de muchas otras manifestaciones culturales de los individuos y las comunidades; ha sido el espacio público el lugar propicio para la convivencia y la celebración, entendidas estas actividades como modos posibles y legítimos de hacer ciudad, de promover el sentido de pertenencia e identidad. La...

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