De decreto, para que se inscriba con letras de oro en el Muro de Honor del salón de sesiones del Palacio Legislativo de San Lázaro el nombre de Ignacio Ramírez "El Nigromante"., de 13 de Julio de 2005

DE DECRETO, PARA QUE SE INSCRIBA CON LETRAS DE ORO EN EL MURO DE HONOR DEL SALÓN DE SESIONES DEL PALACIO LEGISLATIVO DE SAN LÁZARO EL NOMBRE DE IGNACIO RAMÍREZ "EL NIGROMANTE", A CARGO DEL DIPUTADO MIGUELÁNGEL GARCÍA-DOMÍNGUEZ, DEL GRUPO PARLAMENTARIO DEL PRD, RECIBIDA EN LA SESIÓN DE LA COMISIÓN PERMANENTE DEL MIÉRCOLES 13 DE JULIO DE 2005

Miguelángel García-Domínguez, diputado federal, integrante del grupo parlamentario del PRD, con fundamento en lo dispuesto por los artículos 71, fracción II, y 72 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 56, 62 y demás relativos del Reglamento para el Gobierno Interior del Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, someto a la consideración de esta Honorable Asamblea la siguiente iniciativa de decreto para que se inscriba con letras de oro, en el Muro de Honor del Salón de Sesiones del Palacio Legislativo, el nombre de Ignacio Ramírez "El Nigromante", con base en la siguiente

Exposición de Motivos

El 22 de junio de 1818 nació Ignacio Ramírez en San Miguel el Grande, hoy de Allende, Guanajuato; fueron sus padres los indígenas Lino Ramírez y Sinforosa Calzada.

De su infancia poco se sabe; comenzó cuando el país estaba todavía envuelto en las espesas sombras de la vida colonial.

Don Lino destacó por sus servicios durante la lucha insurgente; hombre de vigorosas convicciones liberales, se empeñó en ejecutar las Leyes expedidas por el Congreso de 1833, enfrentándose a las rebeliones clericales y centralistas; la caída de Gómez Farías, merced a la reacción triunfante con el Plan de Cuernavaca, acarreó la suya y, así, quedaron anuladas las primeras medidas reformistas del partido progresista.

La familia, pues, tuvo que emigrar a la ciudad de México, donde el joven Ignacio continuó en el Colegio de San Gregorio los estudios iniciados en Querétaro.

Durante largos ocho años, Ignacio Ramírez vivió prácticamente en las bibliotecas públicas y, gracias a su privilegiado talento, sus exhaustivas lecturas lo convirtieron en un verdadero experto de varias ciencias, entre ellas las Matemáticas, Física, Química, Astronomía, Geografía, Anatomía, Fisiología, Historia Universal y de México, Filosofía, Filología, Lingüística e inclusive Teología Escolástica.

Por evidentes razones, su formación hogareña estuvo fuertemente saturada del liberalismo radical que su padre profesaba; a partir de entonces, se caracterizó por su temperamento escéptico, su demoledora ironía, sus embates contra los maestros y los políticos.

Con el aplauso de maestros y condiscípulos se graduó como abogado, culminando brillantemente los cursos de jurisprudencia.

Su insaciable avidez por investigar el por qué de las cosas, sus causas y sus efectos, lo obligó a ampliar de manera constante sus conocimientos científicos en gabinetes, observatorios y laboratorios para de esa manera completar las vastas y diversas teorías que con singular inteligencia atesoraba.

Así, en unos cuantos años Ramírez se había convertido en un verdadero humanista; su información universal hará que lo llamen "El Voltaire Mexicano".

A temprana edad, Ignacio Ramírez reunía todo: integridad personal, sabiduría, valor cívico, indiferencia ante los peligros que entraña la libertad de expresión, envidiable cultura que le permitió llegar a ser polemista temible, poeta de indudables méritos, ensayista, educador, dramaturgo, orador inspirado y convincente, periodista sagaz, certero e indomable, escritor satírico, legislador, juez, varias veces Secretario de Estado, y destacado Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que presidió de 1877 a 1879.

Con ese impresionante bagaje se presentó a la liza decimonónica quien habría de ser considerado por sus contemporáneos como el más lúcido y perspicaz hombre de la Reforma.

Escandalizando a la sociedad conservadora con su tesis de ingreso a la Academia de San Juan de Letrán, don Ignacio Ramírez, que frisaba apenas diecinueve años de edad, irrumpe en la escena pública y gana una celebridad que lo acompañaría por siempre.

Ante el asombro de propios y extraños, comenzó su libelo sosteniendo: "No hay dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos".

El texto de Ramírez desapareció "misteriosamente", y sólo cabe especular que pudo haberlo fundado en la filosofía jonia que rechaza cualquier idea de divinidad y admite a la naturaleza como única realidad, o en el hilozoísmo de los milesios Tales, Anaximandro y Anaxímenes, en cuya opinión la materia está dotada de vitalidad suficiente para engendrar, por sí misma, toda realidad, o tal vez lo basó en La naturaleza de los dioses, de Cicerón, donde éste cita el pensamiento de Cotta, académico, según el cual "La naturaleza persiste y se armoniza por su propio poder, sin ayuda alguna de los dioses", o quizá, en las teorías de Giordano Bruno que concebía el orden de la naturaleza como una unidad que se basta a sí misma, emancipándolo de las intervenciones sobrenaturales.

Sea lo que fuere, la audaz proclama de Ramírez desató el primer debate crucial entre los representantes del grupo retardatario agazapados en las complejas tinieblas e inextricables vericuetos del fanatismo medieval que garantizaba la permanencia de sus insolentes y abusivos privilegios, y los liberales, influenciados por el enciclopedismo del siglo de las luces.

De ahí en adelante, don Ignacio figuró como el primer ateo público de México, el "Anticristo", Satán redivivo, y el enemigo furibundo y mordaz de la religión organizada, el cual, sin ambages, tachó siempre al clero de ser el más grave obstáculo para el progreso de la nación, rasgo definitorio de su obra.

Ramírez inició sus actividades en la vida política del país, sobresaliendo, a partir de entonces y en todo momento, su lucha tenaz y decidida para transformar las instituciones y tendencias retrógradas que asfixiaban a la sociedad en su conjunto.

Liberal puro, propugnó la integración de la mujer, los derechos de los niños, la tolerancia, la plena libertad de conciencia, la separación de la iglesia y el Estado, la nacionalización de los bienes del clero, y jamás se apartó de su inflexible credo: decir su verdad, sin importar las consecuencias.

Defendió apasionadamente a las masas populares sumidas en la miseria y la ignorancia; su obsesión permanente fue la congruencia ideológica, porque sólo mediante esa rigurosa exigencia interna podía contribuir con eficacia a la construcción de la patria nueva; se mantuvo siempre inflexible en su conducta y respondió con desdén a sus enemigos.

Ramírez actuó en todo momento como opositor implacable de cualquier tiranía; fue sublime destructor del pasado e infatigable obrero de la Revolución, como lo dijo Justo Sierra; combatió desde la pubertad contra encumbrados adversarios, tanto a través de la prensa, como en el fragor de las lides políticas que envolvieron enteramente su existencia; a causa de ello sufrió numerosas persecuciones; muchas veces preso; alguna, al pie del cadalso; proscrito en ocasiones, pero jamás desalentado ni vencido.

Sus férreos principios lo llevaron a impugnar sin tregua instituciones y sistemas reputados inviolables, y tuvo incluso que desafiar potestades que se creen y ostentan como divinas.

Ramírez postuló constantemente que la cultura nacional no se entendería de modo cabal si no se la conectaba con nuestro remoto pasado indígena.

Imposible reseñar aquí los pormenores de su azarosa vida; Ignacio Manuel Altamirano, Francisco Sosa, Alfonso Sierra Partida, Rodolfo Ríos Vázquez, Francisco Monterde, David R. Maciel, son algunos de sus biógrafos; y en las "Obras Completas de Ignacio Ramírez El Nigromante", publicadas hace algunos años en varios tomos por el "Centro de Investigación Científica Ingeniero Jorge L. Tamayo", AC, que aparecen compiladas por David R. Maciel y Boris Rosen Jélomer, puede consultarse lo relativo a la obra periodística, discursos, cartas, documentos, estudios sobre diversos tópicos, ensayos literarios, poesías, apuntes inéditos, teatro, escritos pedagógicos, textos escolares, investigaciones lingüísticas, textos jurídicos, debates en el Congreso Constituyente 1856-1857, jurisprudencia y otros.

Por mera curiosidad cabría señalar que, según ciertas versiones, Don Ignacio Ramírez adoptó el pseudónimo de "El Nigromante" en el primer número del periódico burlesco, crítico y filosófico "Don Simplicio", que con Guillermo Prieto y Manuel Payno fundó en 1845; correspondió ahí a Ramírez atacar al clero, dada su tajante posición denunciadora de los supersticiosos mitos con los que se había embrutecido al pueblo durante más de tres siglos; el pseudónimo elegido lo siguió a todas partes y no sería exagerado afirmar que, al día de hoy, muchísimas personas lo mencionan sin tener clara conciencia de quién sea realmente el personaje al que pretenden referirse; lo único que mascullan es que, según lo han oído decir, se trata de un satánico adversario del catolicismo.

Desde luego, lo que en esta Iniciativa interesa es poner de relieve las diversas actividades desde las cuales Ignacio Ramírez prodigó a la Patria sus valiosas aportaciones, cada una de las cuales constituye, por sí sola, mérito suficiente para que se le otorgue el honor solicitado. En consecuencia, se procurará en lo sucesivo subrayar los aspectos substanciales de sus versátiles facetas, que lo acreditan como polígrafo indiscutible.

Ramírez político.- El Nigromante asume el compromiso trascendental de lograr el establecimiento definitivo del sistema de gobierno republicano y federal, la división de poderes, elecciones populares libres, amplia y total libertad de prensa, libertad de comercio en todo el país, libertad religiosa, abolición de los fueros eclesiásticos, reorganización del ejército, reglamentación de los derechos políticos del pueblo, destrucción del secular monopolio de la educación pública indebidamente detentado por el clero, completa libertad de enseñanza, laicismo integral, nacionalización de los bienes de manos muertas, reparto de esas tierras a los...

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