La decantación de los viajes

AutorMaría Eugenia Sevilla

Los viajes que Luis Barragán realizó a Europa y a Nueva York en los años 20 y 30, así como su estancia en el Norte de Africa -que algunos ponen en duda-, son casi tan míticos como él. Pero quien se sorprende por los cambios que su lenguaje experimenta a partir de su primer regreso a Guadalajara, hasta su consagración en los años 40, lo hace porque "sólo ve formalismos, no ve esencias".

Ante el extranjerismo que suele protagonizar no pocos comentarios sobre la formación de Barragán, Humberto Ricalde, ex director de la revista de arquitectura Trazos y catedrático de la UNAM, prefiere contemplar el proceso que lo llevó a su madurez, como "un constante fluir" que mantiene una dialéctica entre la interioridad de su tradición provincial y la decantación de las vanguardias europeas con las que entró en contacto durante sus viajes.

"No hay que crear un mito de los viajes de Barragán. Indudablemente ayudan a formar al personaje que después se santifica, pero más que a dónde fue, vale contemplar cómo reaccionó al viaje, con esa mirada táctil que supo interpretar como ningún otro arquitecto en la primera mitad del Siglo 20".

Narra Ricalde que corría 1924 cuando, al terminar sus estudios de ingeniería, Barragán, de 22 años de edad, salió de una Guadalajara todavía un tanto afrancesada, y se embarcó para Europa, como hacía cualquier joven arquitecto acomodado de su tiempo.

Más allá de una inspiración burguesa, el muchacho llevaba en la valija una mirada expectante -connatural al ambiente posrevolucionario mexicano-, a la vez colmada de sus paseos a caballo por la sierra y de los rincones "introvertidos y religiosos" de la provincia jalisciense.

Llevaba también la búsqueda "quizá inconsciente" de una expresión más propia de su cultura, que ya cultivaba con sus amigos de facultad: Rafael Urzúa, Pedro Castellanos e Ignacio Díaz Morales.

En el viaje que para Ricalde resulta más bien "un ejercicio de la mirada", Barragán visita el sur de España y "posiblemente Italia y Grecia"; experiencia mediterránea que contrasta definitivamente con su llegada a París, donde tiene acceso y confronta a la vanguardia europea.

En el Viejo Mundo

1925 en París es un momento decisivo: ahí se aloja la Exposición Internacional de las Artes Decorativas, donde el viajero toma nota de la obra del constructivista ruso Konstantin Melnikov; la del austriaco Josef Hoffman y la de Frederick Kiesler.

En Francia conoce a Le Corbusier y a Ferdinand Bac, quien como él en el occidente...

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