El libro y sus lecturas/ Decálogo para consumar un best-seller (o morir en el intento)

AutorAndrés Tapia

1Elegir un tema de coyuntura o tendencia sociocultural (Internet, un escándalo o las corporaciones del tabaco) o sobre otros géneros, por ejemplo, la novela policiaca o de aventuras.

2Pedir a autores con prestigio la sinopsis del libro que pretenden publicar y someterla a un agente literario o una casa editora.

3Contar con la ficha profesional del autor y, de ser posible, con su perfil de ventas y un muestrario de las notas de prensa.

4Confrontar el tema propuesto con la prospección de mercado del editor acerca del público al que se dirige la obra.

5Establecer un mecanismo de supervisión de la obra que correrá por cuenta de un editor encargado de conseguir un producto exitoso en términos de entretenimiento.

6Optimizar en la obra la atención del lector a partir del suspenso, el drama, la sexualidad, el poder o la paranoia a través de capítulos breves y bajo el imperativo de estimular una lectura rápida.

7Planear una campaña de lanzamiento que puede estar basada en despertar expectativas previas en el público, o en revelar de golpe una novedad bibliográfica. Es deseable la confluencia de ambas tácticas.

8Lograr una bomba mediática con una campaña de lanzamiento de impacto simultáneo, plural y ubicuo en diversos medios de comunicación masiva.

9Acumular prestigio y reconocimiento a la obra a través de premios, comentarios o críticas favorables y traducciones a otras lenguas.

10Explotar todos los recursos posibles para su promoción: uso de medios electrónicos, nuevas tecnologías como Internet, negocios compartidos con agentes literarios, prensa o instituciones privadas, etcétera, y crear con ello sinergias a favor del libro (confluencias de intereses e inversiones).

Si falla todo lo anterior. Conseguirse otro autor.

Cómo fabricar un best-seller

A decir del diccionario, la fe es una creencia basada en argumentos no racionales. Si esto es cierto, entonces en el número 12 de la Rue de l'Odeon, en el 6e Arrondisement de París, hace casi 78 años, tuvo lugar un acto de fe. Epifanía que no ocurrió el 6 de enero sino 27 días más tarde, el 2 de febrero de 1922, fecha en que una novela "obtusa y obscena" apareció en los estantes de la librería Shakespeare & Co. y cuya propietaria, Sylvia Beach, era la única persona convencida de que el autor de ese libro era un dios en un mundo de agnósticos.

Racionales o no, los argumentos de Beach para publicar la novela de James Augustine Aloysius Joyce eran fundados: con el paso del tiempo, Ulises se convertiría en una de las obras puntales de la literatura moderna aunque no sólo para beneficio de la misma, también para dramatizar al grado del arquetipo la historia del escritor que busca un editor.

Pero eran aquellos otros tiempos: el primer "tiro" de Ulises constó de mil ejemplares que estaban repletos de erratas; los reporteros no hacían fila para pedir entrevistas porque no había quien las organizara; nadie enviaba boletines de prensa a las redacciones y tampoco "novedades" a granel. Y, por si fuera poco, la Feria de Frankfurt no existía. Ser escritor, pues, no resultaba fácil.

Sin embargo, y a decir del argentino Guillermo Schavelzon, agente literario de autores como Marcela Serrano, Mempo Giardanelli, Mario Benedetti y Sealtiel Alatriste, los rechazos y decepciones que padecieron Joyce y cientos de escritores de antaño, en la actualidad no serían tantos ni tan terribles como para enviar a un narrador al psicólogo, habida cuenta de que aquellos lo hicieron sin el apoyo de representantes, oficinas de prensa y anuncios publicitarios.

"...El mundo de hoy es bastante más complejo y exigiría a un escritor que pase el 80 por ciento de su tiempo escribiendo, hablando con editores, viajando a las ferias del libro, etcétera. Entonces, si fuera capaz de hacer su obra con el 20 por ciento restante y pudiera financiar el trabajo de promoción de la obra con recursos que no provienen de la misma, podría (convertirse en un clásico). De hecho, hay algunos escritores muy ricos (riqueza de origen no literario, claro) que se dedican a invertir dinero en ellos, y no lo hacen del todo mal".

Cuando Schavelzon dice complejo quiere decir, entre otras cosas, que editores del talante de Gallimard, Joaquín Diez Canedo, Fischer, Eiunadi y la propia Beach han desaparecido para convertirse en referentes míticos. Y que los intereses económicos privan por encima de los literarios.

"Ahora la mayoría de los editores trabajan para grandes grupos", explica Schavelzon, "y el escritor encuentra que su interlocutor está más preocupado por el presupuesto, el reporte a la casa matriz, etcétera, que por escuchar una historia que quieren contarle. La crisis más fuerte es la casi desaparición de esos editores".

Manuel Vicent, el escritor valenciano que ganó el Premio Alfaguara 1999, tiene muy claras cuáles son las diferencias entre el pasado y el presente de ser escritor.

"Hoy el escritor escribe y además tiene que promocionar, porque hoy la superproducción es enorme en todo: libros, discos, conciertos, películas, que produce un anonimato. Pero como todo el mundo a la vez promociona, el anonimato se produce en una escala superior y vas de anonimato en anonimato, agónicamente, con la lengua de fuera. Ideales eran los tiempos en que uno escribía, entregaba el original al editor, se editaba el libro y todo muy bien. Y el hecho de no vender o vender poco no era tomado por una afrenta; incluso, muchas veces, el no vender mucho, vender poco, era considerado como un signo de distinción.

Y es que el paseíllo que se debe montar un aspirante a escritor pasa por la ingenuidad de entregar su manuscrito en las editoriales. Craso error: nadie va a leerlo...

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