David J. Sarquís / Reformas pendientes

AutorDavid J. Sarquís

Este año se cumplen 60 de la creación de la ONU. A instancias de su secretario general, Kofi Annan, este mes serán sometidas a consideración de la Asamblea General el conjunto de reformas aparentemente más significativas que se han elaborado en toda la historia de esta organización, mismas que han causado un enorme revuelo, tanto en el mundo académico a nivel global, como en todos los foros de acción de los estrategas políticos nacionales. Uno puede preguntarse con toda justicia qué es lo que de hecho hay en juego tras todo este proceso reformista.

La idea de reformar a la ONU es casi tan antigua como la organización misma. De hecho se ha dicho que desde siempre todo el mundo está de acuerdo en que la ONU necesita reformas, en lo que no se ponen de acuerdo es en cuanto a qué deberían incluir éstas.

Y es que a pesar del optimismo popular generado por su creación al término de la Segunda Guerra Mundial (en última instancia, supuestamente representaba el triunfo de la razón) sus críticos ya señalaban vicios de origen: la propia estructura de la organización, se decía en 1945, refleja la jerarquía internacional de poder vigente, permite la creación y operatividad de mecanismos de poder, zonas de influencia, etcétera, que sólo van a preservar los desequilibrios existentes en los niveles de desarrollo entre los miembros de la comunidad internacional, confiere privilegios a los poderosos, no facilita la participación de los menos favorecidos.

Si bien es cierto que existen elementos de fondo para el sustento de tal línea de argumentación, no lo es menos el hecho de que, dadas las condiciones del contexto internacional de esa época, difícilmente podría haber sido de otra manera. Claro que también se tendrían que analizar los aspectos y los efectos positivos de la creación y del funcionamiento de la ONU durante todo este tiempo, después de todo, hasta los más críticos reconocen que en gran medida se debe a esta organización el hecho de que la Guerra Fría no se haya sobrecalentado en sus momentos más álgidos y a la fecha sigue siendo, con todos sus defectos, el único foro institucional universal para el diálogo internacional.

Las corrientes idealistas del pensamiento internacional sostienen que en la ocasión de su fundación se perdió una gran oportunidad de crear un orden internacional efectivamente más justo y equitativo. Por supuesto que un racionalismo democratizador e igualitario hubiese querido ausencia total de privilegios para los poderosos en la composición estructural de la ONU. ¿Pero cómo se habría podido convencer entonces a éstos de participar en el esfuerzo internacional de organización colectiva? ¿Acaso se les iba a forzar a hacerlo?

Ciertamente ahí estaba la experiencia inmediata del periodo entre guerras, para poder construir un argumento convincente sobre la necesidad del esfuerzo generalizado para mantener la paz internacional y favorecer un esquema de desarrollo que pudiese beneficiar a todos.

Pero aun en esas condiciones, si se trataba de "ponerle reglas al juego" de la convivencia internacional (y ése era de hecho el objetivo central tras la creación de la ONU), ¿cómo se podría convencer a los países más poderosos de que esas no tenían por qué ser las reglas del juego autorizadas por quienes se sentían con mayor capacidad de influencia en el ámbito internacional y que de hecho se podían buscar otras más justas y racionales? La pregunta no es retórica y en gran medida continúa vigente.

La respuesta, ciertamente tiene mucho que ver con la forma como se entienden la...

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