Se da Eliseo Alberto el lujo de la ternura

AutorSilvia Isabel Gámez

Eliseo Alberto piensa algún día dar la revancha a sus personajes. Subirán juntos a un crucero, rumbo a un país que no conozcan, y pondrá su destino en sus manos. "Y que me maten ellos a mí. Que me torturen y me hagan decir todo lo que sé".

Deberá confesarles sobre el papel por qué fue piadoso con unos y con otros cruel. Por qué decidió, en Caracol Beach, que Beto Milanés vagara en busca de alguien que lo matara, mientras que en su nueva novela, El retablo del Conde Eros, Julián Dalmau viaja a La Habana para suicidarse y encuentra, sin querer, la redención.

El escritor cubano sitúa su historia en 1957, cuando en la ciudad se podía ver teatro porno y las prostitutas ejercían gozosas el oficio.

"Como autor, Cuba no me deja mucho margen. Estas novelas hay que ambientarlas de los 50 para atrás, porque cuando triunfa la Revolución (en 1959) todo cambia, nos convertimos en un país muuuuy bueno".

Un país que limita terriblemente a los personajes; imposible meterlos en un prostíbulo o pensar en que paren un taxi, como hace Dalmau al llegar a la capital dispuesto a cumplirle una promesa a Anthony, su hijo fallecido, montar la obra Cuatro gatos encerrados y ahorcarse la noche del estreno.

"Dalmau tiene la mala suerte de encontrarse con un ejército de buscavidas, de maricas, prostitutas, con un mínimo común múltiple: son mentirosos a rabiar, porque ese es su camino para encontrar una verdad, una felicidad. Entra en ese torrente de comediantes de quinta, y esos pobres diablos lo redimen".

En cada una de sus novelas existe una frase central, un corazón. En Caracol Beach, el travesti Mandy le dice a su padre policía: "La única inmoralidad es no amar a nadie"; en El retablo..., el Conde Eros, a cuatro patas sobre el escenario, le recuerda a Dalmau: "La duda es más humana que la certeza".

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Fue otro actor, el argentino Francisco Petrone, quien llegó a La Habana para montar una obra y descubrió que nadie lo esperaba. El escritor imaginó a Dalmau, su personaje, menos agraciado, pero conservó la cara picada de viruela del original.

El Conde Eros también existió; era un autor de novelas porno, que enseñó a Eliseo Alberto ortografía, un ser solitario, nada parecido al que retrata en su libro.

"Me pasó algo curioso. Ese mundo era para mí tan desconocido que pensé que no tenía derecho a saber tanto de mis personajes, eran cosas demasiado íntimas. Luego poco a poco me di cuenta de que yo no lo sabía, pero el Conde Eros sí, porque todos le contaban sus cosas...

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