Crucitrama

AutorFederico Campbell
Páginas294-296
CRUCITRAMA
SI LA peripecia es la solución de continuidad —es decir: una
interrupción en el circuito narrativo—, la trama, entonces, es una
relación de causa a efecto. Y si el escenario del crimen son los pulidos
corredores del poder, se piensa aquí, pues, al hablar de la novela
criminal gruesa (o “negra”, como dicen en París), no en una novela
bobalicona entretenida en ir regando las piezas de un crucigrama o
una “crucitrama”, como se permite decir Javier Coma, sino en una
narración con todas las de la ley literaria: una novela “negra” no
sobre el crimen sino en torno al crimen contemporáneo, que no
pocas veces se gesta en las instancias más altas y delirantes del
poder, en las recámaras menos sospechosas de la dirección del
Estado o en los recovecos menos obvios e imaginables del poder
financiero local, trasnacional o eclesiástico.
Nada cierto, nada contundente, nada comprobable, pero siempre
útil para el regodeo en la hipótesis de que el género negro derivado
del policiaco es, cuando menos, una de las muchas formas de
provocación que procrea la literatura. A fin de cuentas se trata de
una novela provocadora. De lo contrario, no valdría la pena. En ella
pasa de contrabando un discurso subversivo.
Estas inferencias especulativas entran en la órbita de esa
centrifugación de la “realidad” (otra palabra que ya no quiere decir
nada sin comillas) que es el crimen —un asesinato, por ejemplo—
como factor desencadenante narrativo. El cadáver, dice Sciascia,
actúa como centrifugación de la realidad: como un disparadero
narrativo.
Punto de partida, el cadáver despide una serie de emanaciones
circulares —como la piedra que cae en un lago— que a uno, sin
deberla ni temerla, lo hacen sentir sucio, culpable, avergonzado de su
especie humana.

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