Crucificcion: Emiliano Perez Cruz.

[El narrador Emiliano Perez Cruz, nacido en la Ciudad de Mexico en 1955, ha expuesto su obra literaria exhibiendo la otra vida, la marginada, la no visibilizada, la soterrada, preocupado por describir las formas del infortunio social. El cronista de las periferias urbanas nos entrega este cuento donde la miseria (no solo social, sino tambien humana) vuelve a ser eje central de su narrativa...]

La continua historia de Mingo

(o La espera)

Emiliano Perez Cruz

para el abuelo Pablin (qepd)

Como todos los dias, el sueno de Mingo rehuso escuchar el canto de los gallos y se fue antes de ser atrapado por las somnolientas brumas del amanecer. Para el resultaba desesperante contar con tantas horas de vigilia, el, que para nada las necesitaba. Hacia un gran esfuerzo para dejar la mente en blanco o para enfilarla a objetos que no lo remitieran a su pasado o a un futuro que se desplomaba desde siempre.

Ya era mediodia y Mingo seguia acurrucado en el catre de lona. La enorme barba sucia, entrecana, menguaba la profundidad de sus ojos tristes y laganosos. Comunmente tenia listo el oido para percibir el ruido que las lagartijas hacian al corretearse en el techo de laminas acanaladas. Pero hoy no hizo nada por levantarse cuando cayeron sobre la tierra, atontadas por el calor que esta vez llego calcinante, arrasando con la escasa vegetacion que, iracunda, se aferraba al salitre del llano. Daba la impresion de que el interes por sorprenderlas en plena union y pisotearlas con sus enormes botas de hule habia desaparecido.

Por la puerta entreabierta Mingo observo el paisaje y siguio con la mirada a los chiquillos que, infructuosamente, trataban de agregar al inmenso azul del cielo sus papalotes de papel periodico y carrizo. La hilera de recipiente para acarrear el agua desde la llave publica era mas larga que otras veces. Al atardecer, el liquido comenzaria a fluir y a evaporarse al entrar en contacto con el quemante fondo de la cubeta en turno; caerian algunas gotas mas hasta formar un hilillo que se regularizaria al anochecer.

Mingo era el papelero del barrio, pero las ultimas tolvaneras arrasaron con las bolsas de panaderia, los pedazos de periodico y los plasticos hasta quien sabe que lugares. Decidio cambiar la barcina por dos latas de alcohol y un aguantador, con ellos se dedico a transportar agua potable hasta las viviendas mas alejadas de la colonia.

Quiso levantarse, pero un agudo dolor lo obligo a recostarse de inmediato. "A!Estas malditas reumas!", gimio y, furioso, hizo a un lado las cobijas. Solo entonces reparo en la hinchazon de sus miembros inferiores y los sintio ajenos a el y penso que se le moririan sin poder hacer algo para evitarlo.

El grupo de chiquillos cruzo una vez mas frente a su puerta y los odio. Cada vez que andaba borracho ellos lo perseguian arrojandole piedras. Soportar esto a diario acrecento su rabia. Se retiraba grunendo rumbo a su casa para volver con un palo y corretearlos por todo el llano; los ninos eran felices y reian mientras el les gritaba: "A!Hijitos, hijitos de su perra madre, no corran, vamos, acaben de una buena vez, que buena muerte es buena suerte!"

Mingo se froto el rostro con las negruzcas sabanas del lecho. Sus ojos se humedecieron sin control, las lagrimas dibujaron dos surcos llevando en su caida hebras de dias, meses, anos sin saber que es el agua escurriendo sobre el cuerpo, refrescando la piel aspera, los poros. Durante su ninez escucho palabras que se le marcaron en la memoria; eran palabras desconocidas en su casa, y entre ellas se mencionaban "la buena vida", la "higiene", la "ciudad". Algunas las comprendio despues, pero otras seguian igual de distantes, magicas, inaccesibles.

La buena vida, repetia Mingo...

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