Cronista de Guardia

(Embargada para sitios en internet hasta las 24 horas locales)La somnolencia de los capitalinosRafael MontesEL UNIVERSALYa lleva un rato allí, cabeceando. Quizás llegó desde algún edificio de gobierno, o salió despavorido después de un cansado trámite en algún juzgado, de ésos que recetan dosis de somnolencia, o de alguna oficina antigua de contabilidad, alguna de las que probablemente todavía sobreviven en el centro de la ciudad.Como sea, este hombre lleva varios minutos soñando con otra ciudad, tal vez, con otra vida, seguramente. Acomodado en el gabinete de un restaurante donde las meseras usan amplias faldas floreadas, aquel caballero ha dejado el bullicio de la capital tras las puertas y buscó, a la hora de la comida, un instante para descansar.Los lentes metálicos, anticuados, la camisa azul, desgastada, y los zapatos con las agujetas desatadas, además del cabello desaliñado, como si su empleo fuera muy estresante, y el rostro infeliz, le dan al hombre del gabinete solitario el aspecto de un ser cansado de su rutina, harto de caminar entre el smog de la calle y de correr contra el reloj para alcanzar las oficinas abiertas, antes de que los empleados argumenten que ha llegado la hora de la comida o que el licenciado tal está "en junta".Pidió algo sencillo del menú y un café, luego, otro y otro y otro. Evidentemente, buscaba el antídoto contra el sueño, contra la eterna somnolencia de los capitalinos. Pero el mal fue más fuerte que la medicina. El sueño lo ha vencido a las cuatro de la tarde. La mesera se acerca varias veces con la cafetera metálica en la mano, pero duda en despertarlo.El murmullo tintineante de las cucharas contra las tazas o los platos, el susurro de los vestidos amplios de las meseras amables y el cuchicheo de los que a esa hora también acuden a comer sin hablar con grandes aspavientos, arrullaron al durmiente.En su mesa, junto al frasco de azúcar, el florero con un clavel y la tacita de café que se quedó chueca sobre su platito, porque no alcanzó a acomodarla antes de la nueva ola de somnolencia, hay un periódico, abierto en la sección de clasificados. Quizás sea un hombre desempleado, cansado de buscar en dónde ganarse la vida; aunque también puede ser una casualidad que el diario esté abierto justo en esa sección comercial.Los cabeceos del hombre lo han llevado incluso a acostarse por completo en el cómodo sillón del restaurante a medio funcionar. Se balancea sin pudor. No sabe lo que es eso, porque el sueño le ha...

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