Cronista de Guardia

(Embargada para sitios en internet hasta las 24 horas locales)La leyenda de los túneles secretosHéctor de MauleónEL UNIVERSALUna ciudad se vuelve completa cuando pone en manos de sus habitantes un puñado de misterios que se actualizan y renuevan por los siglos de los siglos. Hacia 1860, cuando la piqueta de la Reforma demolió los antiguos conventos virreinales para abrir, en muchos de ellos, un conjunto de calles nuevas, los obreros que demolían los viejos muros de Santo Domingo hallaron un pasadizo estrecho en el que reposaban trece momias en perfecto estado de conservación.Una de ellas era la del célebre fray Servando Teresa de Mier, quien apareció con las ropas deshechas y largas madejas de cabello gris. Las momias fueron expuestas a la curiosidad pública en la Puerta Falsa de Santo Domingo, y luego compradas por un empresario circense, Bernabé de la Parra, que las exhibió en Europa como "víctimas de los crímenes atroces de la Inquisición".Por esos días en que, antes de ser reducidos a polvo, los edificios centenarios mostraron por primera vez secretos escondidos durante siglos, la ciudad de México se llenó de rumores sobre tesoros fabulosos que los obreros saqueaban en las tumbas de los frailes; y se llenó, también, de historias sobre túneles y pasadizos secretos que conectaban las iglesias principales. Había nacido una leyenda urbana que se mantiene viva e intacta siglo y medio después.A principios del siglo pasado, un reportero de El Imparcial aseguró haber caminado "por debajo de México", a lo largo de uno de aquellos túneles. En los años dorados de su ministerio, un cronista de El Universal, Jacobo Dalevuelta, afirmó que había recorrido una galería subterránea ubicada en el convento del Carmen. Su crónica causó sensación en una ciudad en la que todos habían escuchado historias asociadas con túneles secretos que los poderosos del virreinato "empleaban para moverse sin ser vistos", o bien, para "huir expeditamente" en momentos de perturbaciones sociales.Dalevuelta comprobaba lo que todos habían sabido siempre: que había una ciudad cubierta de historias sobre monjas y fetos y tesoros dormidos bajo nuestros pies. Ni la construcción del Metro, ni los pavorosos niveles de hundimiento de la ciudad (hoy estamos diez metros abajo del nivel en el que caminaba la gente del porfiriato) pudieron borrar del imaginario...

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