Crónicas del Metro/ Una triste decisión

Aquel día Norma no resistió más. Las diarias cantaletas de su marido sobre la manutención de su padre y las caras medicinas que lo mantenían con vida la obligó a sacar del armario un desgastado abrigo con el que arropó al anciano, y tras acomodarle una gruesa bufanda en el cuello, salió con él en busca de su nuevo destino.

Auxiliándolo en cada paso que daba el enflaquecido señor, no pudo reprimir las lágrimas al formarse en su mente un pensamiento que la dibujaba a ella cuando era niña, acompañada de su padre que la tomaba de la mano. Norma se recordaba caminando alrededor de una fuente en el Parque España, lugar donde acostumbraba pasar las tardes con su familia.

Después de incrustar con dificultad el boleto en el torniquete del Metro, la afligida señora se internó en la estación junto con su padre, y por medio de las escaleras eléctricas, ambos descendieron a las entrañas mismas de aquel transporte subterráneo.

"¿Te das cuenta de todo lo que nos estamos gastando en cada pastilla que se toma tu papá? Nuestra situación no está para eso; además, cada vez hay menos gente que necesita de un plomero", recordaba Norma las palabras de su iracundo esposo, cuando lentamente las metálicas escaleras arrojaban a los usuarios en el andén.

"¡Y ya hasta dejaste de trabajar por estar pendiente de que coma el señor!; ya ni atiendes a tus hijos, por eso andan de drogadictos espantando a los vecinos", remataba en los pensamientos de la señora el molesto marido.

Pero eso ya no iba a pasar, pensaba para sí mismo la hija de aquel anciano con temblorosas manos cadavéricas y ojos entrecerrados. Sujetando con...

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