CRÓNICAS DEL METRO / 250 varos

Todos los días viajo desde la estación Indios Verdes hasta la terminal Universidad, y todos los días procuro que mi trayecto sea diferente, novedoso.

Dormir durante el camino la neta ya me aburrió; ir viboreando a todos los que suben perdió poco a poco el chiste; leer a los grandes clásicos de la literatura me malgastó la visión. ¿Qué hacer entonces para darle vida otra vez a mi relación con el Metro? Me deprimí un par de semanas porque la rutina había invadido ya el viaje diario a bordo del gran gusano anaranjado. Todos los trayectos se volvieron iguales, rodeado de gente con cara larga y perfume barato.

Hasta que un día tuve, de repente, la mejor y más costosa idea de mi vida: decidí, sin echarme para atrás, comprar en un solo viaje cada artículo que los vendedores ambulantes me ofrecieran.

Todo, absolutamente todo, desde Indios hasta CU y de regreso, vendedor ambulante que subiera a ofrecer su producto, vendedor al que yo le compraría. ¿Por qué? Por todo, por aburrimiento, por reflexión y por el puro...

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