Crónicas del Metro / Solo hay uno

No cabe duda, el amor de madre es incomparable.

He oído esa expresión toda la vida, he lucido su evidencia en propia carne, y lo volví a confirmar en un vagón del Metro Portales.

Cuando abordé el tren ya estaban allí los dos, aunque de lejos más bien parecían ser uno.

Ella reflejaba en el rostro su juventud, seguro no pasaba de los 22 años, y sin embargo, su gesto exclamaba cansancio.

Amarrado a su cintura, llevaba el inquieto cuerpo de un niño como de unos tres años.

Al verla logré evocar a un saltarín canguro, tratando de defender a su cría, entre empujones, de la muchedumbre que entraba y salía cual horda de animales salvajes.

El pequeñito, en cambio, parecía un periquito que no paraba de hablar, sintiéndose a salvo, prendido al palpitar del corazón de su madre.

Mientras una mano intentaba aferrarse con fuerza a un tubo del vagón para soportar los embates de su andar veloz, la otra mano acariciaba con...

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