Crónicas del Metro / Contigo a la distancia

Son las 21:30 horas, abordo la limusina naranja corro hacia el asiento unitario, frente a mí en el otro asiento reservado se encuentra un anciano, un roble de unos 65 años, de rostro apacible pero de facciones duras, espalda ancha, manos grandes y fuertes, entre estas sostiene un pequeño celular de última generación.

No lo mira con la febril alegría de los adolescentes ni con la ansiedad romántica de los enamorados y mucho menos con la vanidad de tener un artefacto de alto costo: lo mira con tranquilidad y ternura, no le interesan los maravillosos adelantos tecnológicos que están sintetizados en esa pequeña carcasa, lo recorre con sus grandes y gruesos dedos como si a través de ese contacto acariciara a alguien muy querido.

Lo mira y lo limpia echándole el vaho de su boca y con un pedazo de papel higiénico lo desempaña.

No hay pasión en su mirada, lo mira con una manera paternal, tal vez el aparato se trata de un regalo de...

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