Crónicas del Metro / Caricias

Cansado de una jornada más, Alfonso lo único que quiere es disfrutar de la comodidad de su cama y disfrutar del menudo que su esposa le prometió al llegar a casa; aquel caldito rojo bien caliente con las tortillas verdes que su cuñada les manda desde Oaxaca serían la cena para premiar su esfuerzo del día.

Las pequeñas letras de luces fosforescentes que anuncian la dirección de la estación El Rosario, último eslabón de la línea 7, se dejan ver en el interior del túnel y lentamente la gente se dispone a abordarlo; en cuanto se detiene, el joven señor de 31 años queda de frente a la puerta y de inmediato aborda uno de los dos asientos que están desocupados.

Alfonso todavía no termina de sentarse cuando de su maleta ya está sacando el Libro Vaquero que dejó a medias en su lectura de la mañana; siempre que está a punto de saber quién fue el pistolero que asesinó al Sherif, su llegada a la estación en donde se encuentra la fábrica de refrigeradores en la que trabaja lo obliga a enterarse del desenlace hasta su viaje de regreso por la noche.

Con su mente trasladándose hasta el viejo oeste y las figuras de las mujeres Sioux y Cherokes ocupando sus pensamientos, una mano deslizándose por su pierna interrumpe aquella placentera lectura; desconcertado, Alfonso observa de reojo la figura dueña de aquella palma sin cerrar su pequeño libro.

Una señora guapa y atractiva en sus cuarenta vividos gracias a las diarias clases de aeróbics, es la persona que Alfonso observa como la autora de aquella acción; aún sin concebir el por qué de la actitud, el joven con pequeña mochila en...

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