Crónicas del Metro / Angélica María

Magdalena Mixhuca era nuestra estación, aunque a veces nos esperábamos en Puerto Aéreo.

Ambas tenían su encanto por sus puestos de fritangas, venta de revistas, jugos y licuados, cigarros y otros misceláneos con los que los ambulantes tienen copadas las estaciones del Metro.

Angélica María siempre llegaba tarde.

En una ocasión desistí de esperarla.Después de quince minutos, decidí darle una lección.

Fui a casa y esperé su llamado. No pasó ni una hora cuando el teléfono sonó. Me dijo que estaba por llegar. Lo dijo con la inflexión de su melodiosa voz que me hizo sentir culpable y arrepentido de no haber permanecido más tiempo, pero el daño estaba hecho.

Me gustaba esperarla y tomarle fotografías para captarla en forma espontánea, atrapar su sonrisa franca de labios de beso, carnosos y cálidos; su rítmico andar, cadencioso, pausado y pronunciado.

Primero le tomaba un par de fotos y después la saludaba de beso en los labios.

A veces le pedía que posara allí...

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