Crónicas del metro / Amores Fortuitos

Autor de una oleada al buscar asiento y desparramándose una vez logrado su objetivo, la mujer armóse de espejo y lápiz labial.

Lo frotaba de una labio al otro, de izquierda a derecha y los movimientos de su rostro, llenos de placer, parecían encantar al resto de los viajeros.

Eran cerca de las 11 de la noche y fuera del Metro, la luna brillaba por algún lado, muy arriba. Un hombre se la quedó mirando a lo largo de tres estaciones, después su vista se centró en la mujer, también la observó detenidamente como si en ella encontrara el destello de la selene lunática que enamora la piel, los huesos, las carnes y fluye por las venas en orgásmicos latidos.

La mujer se percató de su observante y para disimular tomaba su largo cabello color castaño, trenzándolo, y haciendo y deshaciendo un chongo muy corto que dejaba descubiertos cuello y orejas.

El calor arreciaba a pesar de la noche. El hombre se despojó de su saco y la mujer comenzó a mirarlo con fijeza a los brazos y piernas mientras se pasaba las manos entre sus propios muslos con los ojos entreabiertos y una expresión pacificadora de fusión perpetua.

De los puros sudores, él logró decirle: "Hola, qué calor, ¿no cree?" Ella con voz baja contestó: "¡No creo, hace un calor que parecen tres juntos..!"

El hombre sonrió y exclamó: "¡tres calores, eso es una orgía de calores!" Ambos se sonrojaron y rieron abiertamente, después callaron, parecía que cada uno imaginaba cómo serían los calores orgiásticos.

El volvió a hablar, preguntó: "¿Viene de trabajar o de la escuela?". "¿Viene?", se apresuró a contestar la mujer, "si apenas tengo 24 años, háblame de tú". "Perdón", dijo él, "perdón".

Ella habló al verlo desvalido de palabras: "Sí, vengo de trabajar, trabajo todo el...

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