Crónicas del Metro / Taijiri

De chico me gustaba esperar a los luchadores afuerita de la Arena. La ventaja de la Coliseo es que no hay entradas especiales para los luchadores; enmascarados o no, famosos o del montón, todos entran por donde la bola.

Nada de puertas secretas para que no les pidan autógrafos o estacionamientos subterráneos para huir de los fanáticos. No, en el recinto de Perú 77, obreros, rudos, empleados de oficina, técnicos, niños, señoras, guaruras y hasta el Presidente, si quiere ingresar, lo hacen por la mismitita entrada.

Eso es democracia de a deveras. Si se retomara la filosofía de la Coliseo las cosas no estarían como están. Entrar por la misma puerta, caminar por las mismas calles, y tener los mismos derechos que el más picudo...

Les decía que de chamaco era bonito, al terminar la función, ver salir a los ídolos. Sugi Sito, Ringo Mendoza, El Santo, El Cavernario Galindo, maletín en mano, caminaban pausado, con la mirada en alto, disfrutando la fama. Y es que para ellos, salir, después de haber hecho su esfuerzote, y ver a las muchachas enamoradas, a los niños con plumas y papeles, a los viejos que los alentaban con una palmada, era tocar el cielo.

Abandonaban la arena entre la multitud y caminaban en calma hasta agarrar su carro o subirse en el que su chofer los esperaba.

La lucha ha hecho pocos millonetas, eso que ni qué, pero nadie me puede negar que la fama era la fama y un luchador famoso no podía andar en la calle así como así, porque la gente se lo comía de la emoción.

Los tiempos han cambiado. El domingo pasado, a las 7 de la tarde, salía de la Coliseo.

Había estado bien la función, programaron gente de renombre. Por varias semanas habíamos visto puro bultote de...

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