Crónicas del Metro / Agriados

Felices, ella y yo, ayer la pasamos bien.

Hoy subimos a un convoy que arriba al andén del Metro Zaragoza.

La noto rara, melancólica, taciturna.

Reviso mi comportamiento; pulcro en mis palabras, evito suposiciones y doy lo mejor de mí.

Mi dulcinea, intempestivamente, pasa del desánimo al enojo. ¿Qué hice?, pienso, ¿alguna mirada inapropiada?, ¿un gesto fuera de lugar?

Sereno, le examino: "¿Qué te pasa, amor?". "¡Nada!", me contesta, reluctante, dándome la espalda.

Algunos usuarios se percatan del incidente. "¿Te sientes mal, cariño?, le pregunto contrariado. Su respuesta es un adusto "No".

Intento comprenderla: ¿Fue algo que dije? Ella no dice una sola palabra. Pierdo el estoicismo de amante indulgente: ¡Estás loca!

Le indico a mi amada que si en algo la ofendí, me perdone. Ofrecida mi disculpa, también me quedo mudo y volteo la mirada a la ventana del vagón que me muestra la oscuridad del túnel, entre las estaciones Balbuena y Moctezuma.

Contrito, afligido, triste; se me hace absurdo que...

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