Crónicas desde mi cama / Pecadillos en días lluviosos (parte 4)

Ya he escrito antes sobre las locuras de mi prima Angélica. De nuestra familia de ovejas descarriadas, Angélica, Lulú y yo somos las más perdidas. Lulú y yo, porque hemos manchado nuestro de por sí percudido apellido con las porquerías que hacemos para mantenernos y Angélica, porque aunque no cobra por coger, la muy desvergonzada lo hace con quien se le pone enfrente y valiéndole sorbete si sus debrayes andan en boca de medio mundo. A la muy descarada la han cachado en tales relajitos que una vez a su pobre madre casi le da el soponcio (sólo porque la cacharon tirándose simultáneamente en el baño de un salón de fiestas a dos apuestos meseros). Eso sí, con todo y todo, es una chava cuidadosa; promiscua como pocas, porque va brincando de cama en cama como abejita de flor en flor, pero con todo y eso, la muy ladina toma todas las precauciones recomendables para no contagiarse alguna enfermedad. Nunca la he visto salir sin cargar, al menos, con una caja de condones y un tubito de lubricante, incluso a la playa, va con una cápsula impermeable de silicón que se ata al bikini como llavero y en la que guarda un preservativo de emergencia (Cuando se es muy caliente, conviene ser también precavida).

Era su turno para contarnos cómo y dónde sucedió su más cachonda historia bajo la lluvia. Cuando le tocó tomar la palabra, sonrió, se nos quedó mirando y dijo, como si nos contara un secreto:

"Fue hace tres años, en Manzanillo. Fui de viaje con Migue, Héctor, David, Sandra y Daniela. En ese entonces yo andaba (o algo así) con Migue. David era noviecito formal de Sandra y Dani (la hermanita de Sandra) moría de ganas de tirarse a Héctor. El día que llegamos agarramos la guarapeta cañón. Tanto que la pobre Danielita, de tan jarra que se puso, le dio un patatús que la llevó al hospital. Obvio, le dio en la madre a nuestro viaje. Daniela se quedó con ella esperando a que la dieran de alta, mientras los demás volvimos al hotel a recoger las cosas para regresarnos. De cualquier modo el día anterior había estado lloviendo y no se veía por dónde el cielo fuera a abrirse. Ya nos habíamos hecho a la idea cuando se soltó un aguacero de los mil demonios. Estaba tan cerrada la lluvia, que por momentos parecía que el mar iba a entrar por la ventana. El ruido era estruendoso y los cristales temblaban como si fueran a reventar. Nos avisaron en la recepción que no intentáramos salir, había peligro de huracán y los vuelos estaban ya cancelados. No podíamos ni volver al...

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