Crónicas desde mi cama / Mexicanos al grito de fiesta

Uno de los festejos que menos me entusiasmaban de niña era el de la independencia. Nunca fui al Zócalo ni a ninguna otra plaza, nunca me vestí de Adelita, no compraba banderitas ni chinches tricolores, no tocaba matracas, no batía espuma, no me emocionaba llenarme las tripas de antojitos y como siempre fui una hija de la tiznada, jamás fui convocada a escoltar a la bandera en las ceremonias escolares. Para mí el 15 de septiembre no era sino una fecha en la que no tenía que ir a clases y donde, a lo más, podía conseguir cuetes para tronárselos en las pantorrillas a las víctimas que viera descuidadas. Ya de adolescente, comencé a ir a noches mexicanas, y me encantaba la idea de chupar como enajenada, comer como cerda, escuchar música de mariachi, bailar y conocer uno que otro muchachón con quien dar el grito y que me pusiera el chile en la nogada, so pretexto de rescatar mi fervor patrio. Desde luego quiero mucho a mí país y todo lo que significa ser mexicana, pero se me hace muy falso que el fervor nomás nos venga cuando es excusa pa'l desmadre o cuando la selección le gana a Costa Rica. Por eso siempre me tomé esta celebración con calma y como mera espectadora. Esto, claro, hasta hace tres años, cuando casi involuntariamente me convertí en organizadora oficial de fiestas patrias.

Sucede que por esas fechas conocí a un españolito muy parecido a Antonio Banderas (hasta hablaban igualito) que, por asuntos de trabajo, estaba pasando una temporada en México. Lo conocí como cliente en un hotel de Reforma. Los hombres de negocios extranjeros, como generalmente vienen solos y con buena lana, llenan los espacios libres en su agenda con las caricias de las damitas que buenamente anunciamos nuestras mieles en Internet. El caso es que nos caímos retebien y como además el gachupín me gustó y cogía riquísimo, se me hizo fácil quedarme con él hasta que amaneció.

Era septiembre y las calles estaban adornadas como es tradición en estas épocas. Nos pusimos a platicar sobre cómo celebramos en México nuestra independencia: platillos típicos, guitarras, sombreros, bigotes, grito, desfile, verbena... Una cosa llevó a otra y, quien sabe por qué, o para hacerme la interesante, terminé inventándole que yo estaba en ese momento organizando una parranda inolvidable para celebrar (y se lo dije acariciándole los tanates) que nos habíamos sacado la riata de la madre patria. ¿Qué importaba mentir tantito? De todos modos, él había dicho que su avión salía el 13 de...

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