Crónicas desde mi cama / Brenda

Brenda es la chava más exageradamente buena que conozco. Claro que cuando digo buena no me refiero a su bondad (que no pongo en duda), sino al hecho incuestionable de que cada molécula en su cuerpecito es absolutamente perfecta. Digamos que junto a ella, Ninel Conde parece plana y malhechita. Tiene el vientre marcado, unas tetas impresionantes, un trasero que corta la respiración, su cintura es más breve que un suspiro y sus piernas parecen cinceladas en mármol. Su rostro es, también, una cosa angelical. Cada detalle en él es perfecto, pero sus ojos ¡Caramba! No existe un azul más profundo que el de sus pupilas. Por si esas fueran pocas virtudes, además, es putísima, muy divertida y abiertamente bisexual. Trabaja bien, pero eso sí, cobra carísimo.

La nena se cotiza. Sabe lo que tiene y lo vende al precio que considera justo. Siempre que haya quien le dé lo que pide, seguirá rentando sus sentaderas a precio de súper lujo. Para darse una idea, por lo que pagas a cambio de una hora y un solo palo en la cama de Brenda, podrías estar una noche entera conmigo y hacerlo cuantas veces pudieras. Son cifras de cinco dígitos por hora.

Lo cierto es que, cuando empezaba en esto no cobraba tanto. A decir verdad, en ese entonces aun no había pasado por ningún quirófano y su cuerpecito estaba libre de los prodigios de silicón. Sus ojos eran tan bonitos como ahora, pero fuera de eso, era una botarguita: Medio cachetona, pancita chelera, chaparreras, nalgas planas y poca chichi. No es que estuviera gacha, pero comparada con cómo está ahorita que parece súper modelo, me cae que ni siquiera pensarías que son la misma persona.

La conocí teiboleando, en la época en que era medio gordis. De todos modos le iba chido (supongo que por graciosa y por entrona). De pronto le perdí la pista. Cuando nos topamos de nuevo, ya con ella convertida en el clon mejorado de Isabel Madow, me contó que todas las cirugías se las había disparado un viejito con el que vivía. Se veía contenta. Después de eso, nos topábamos varias veces en los moteles y siempre había chance para conversar un poco.

Hace unos días, cuando salía de una cita en un hotel de avenida Revolución, recibí la llamada de un señor que quería verme. Acordamos encontrarnos en ese mismo lugar en aproximadamente una hora o lo que él tardara en desplazarse desde por el rumbo de Ciudad Universitaria. Estaba lloviendo y había un tráfico endiablado ¿Qué hacer? En Avenida Revolución no hay por dónde ponerse a...

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