Crónica del Metro / Tiempo y espera

Cómo me choca todo esto", dice con fastidio Verónica, al tiempo que observa su reloj. Las 7:32 a.m.

"Ya se me hizo tarde y este méndigo tren que no pasa", vocifera. En vano su acompañante trata de calmarla. "Pu's ya qué, manita. Con que te dejen checar, no le hace que llegues 10 minutos tarde".

Es lunes en la estación Pantitlán de la Línea 9. Parada casi al borde del andén -pues cuando existe apuro no hay línea de seguridad que valga- Verónica levanta la manga de su saco azul marino para mirar y remirar su reloj.

"Siempre que lleva uno prisa el Metro se tarda un montón", replica.

7:35 am. Arriba el convoy anaranjado. Dispuesto a abrir puertas y dejar pasar a las decenas de personas que se atropellan y empujan a lo largo del andén, como si fueran tras un preciado tesoro.

Para malestar de la chica, una ventanilla queda frente a ella y los escasos 70 centímetros que la separan de la puerta se vuelven imposibles de sortear.

Se abren las puertas del vagón y un enjambre de gente se avalanza hacia el interior. Pisotones, empellones y jaloneos no se hacen esperar. Poco a poco, Verónica va quedando cada vez más alejada de las puertas de metal. Suena la alarma de partida. Se cierran las puertas. Verónica queda fuera.

7:36 y Verónica se resigna a la espera, pero esta vez atrás de una hilera de gente que bordea la línea de seguridad. Cuatro minutos después llega otro tren y para entonces, la muchacha desoye las recomendaciones de calma de su compañera. Sólo acierta a mirar su reloj y a hacer muecas.

Todo intento desesperado de Verónica por entrar al tren fue en vano. Nuevamente quedó fuera, pero esta vez con una media desgarrada.

"Pinche vieja, atoró su méndiga bolsa en mi media y ya me la desgració...

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