La Crónica... / Las doce uvas de San Bernardo

AutorNicolás Sánchez Osorio

Un viaje al sureste de México es algo que no se puede dejar de hacer, por lo menos una vez en la vida. Es una experiencia única y llena de sorpresas. Sobre todo si se traslada uno por carretera y en un espacio de tiempo más o menos abierto a lo que el cuerpo aguante. Largos trayectos, cambios dramáticos de paisaje y costumbres diferentes.

El momento ideal para hacerlo evitando tráfico, aglomeraciones en los sitios turísticos y hoteles llenos es febrero, sin embargo, con un mínimo de organización, las dos últimas semanas de diciembre y la primera de enero, aprovechando el largo periodo de vacaciones navideñas, constituye una oportunidad única para llevar a cabo tal proyecto.

Para los apasionados de la fotografía digital, como es mi caso, este viaje resulta de un doble interés, a condición de poder estar vaciando, seleccionando y clasificando a diario los cientos de fotografías que resultan de las mil y un maravillas con las que uno se va encontrando en el camino.

Volamos desde la Ciudad de México directo a Tuxtla, la capital chiapaneca. El Peugeot que había salido desde la víspera con las maletas, el equipo fotográfico y una hielera con cervecitas se quedó medio tirado, en espera (hasta hoy) de una pieza que México había pedido a París.

En la guantera del lado derecho se quedó esperándome una botellita de Tradicional y dos caballitos de Cuervo que yo había colocado con gran esperanza de abrirla a mi llegada a Chiapas.

Este es un tip importante para viajeros a bordo de autos europeos sofisticados: no es fácil, ni en Mérida, encontrar refacciones en caso de urgencia.

Así que modifiqué un poco el plan, y opté por un rent-a-car con todas las comodidades, espacio y aire acondicionado, que aunque caro, me permitió continuar con mi viaje.

El proyecto incluía, además de Chiapas, Tabasco, Campeche y Mérida, donde compartiríamos las 12 tradicionales uvas a las 12 de la noche del 31 con Paula Cussi y sus invitados en San Bernardo, una vieja fábrica henequenera restaurada por ella misma con la colaboración de Marco Antonio Aldaco. Los trabajos se llevaron a cabo durante dos años.

Hoy, la casa entre jardines y plantaciones constituye un homenaje a las artes decorativas. Un espacio ecléctico que hace soñar. Se queda uno pasmado, pero pronto esos muros centenarios lo acogen como en casa. Paula, nuestra anfitriona, nos lo hizo sentir con el cariño y la simpatía de siempre.

Para la cena de San Silvestre éramos 16 en su larga mesa arreglada con elegancia y...

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