Un crítico de la modernidad

AutorAntonio Saborit

La modernidad y todas y cada una de sus paradojas -en la seguridad, la justicia, la educación y el bienestar de las personas- son el tema central de los apuntes, ensayos y pecios de Rafael Sánchez Ferlosio. Más aún, en su prosa respira un lenguaje a la altura del mal humor que le produce el odio a la sociedad contemporánea, que vive con los ojos cerrados a las responsabilidades colectivas y a un mundo cada vez más pobre en todos los ámbitos.

Pocos escritores se han esmerado tanto en la vida de nuestro lenguaje público como Sánchez Ferlosio. Su lectura, como escribe Fernando Savater, estimula y compromete.

A lo largo de los últimos 20 años, Sánchez Ferlosio se ha dedicado a plantear una serie de desafíos en torno al decoro de la vida en sociedad en los tiempos modernos, en las páginas de los libros como La homilía del ratón, Campo de Marte, Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, La hija de la guerra y la madre de la patria y Non olet.

De una escritora como Susan Sontag aprendió a valorar lo mismo que él celebraba en ella, a saber: que la inteligencia no debe descuidarse ni con tópicos al uso; pero por su propia cuenta decidió renunciar a toda búsqueda de soluciones ("ya sea como criterios de conducta para los individuos, ya como normativa en que fundamentar las leyes") para abordar con mayor agudeza en sus escritos uno de los temas predilectos de Sánchez Ferlosio: la relación entre el individuo y el Estado. Se debe entender que una de las piedras angulares en su ejercicio como ensayista queda resumida en esta aseveración: "Las soluciones zanjan los problemas, atajan e interrumpen insolentemente el circunspecto camino de la reflexión, y renunciar a ellas es requisito indispensable para llegar a plantear los problemas en toda su crudeza y amplitud".

La inhibición de las responsabilidades públicas en la índole de individuos que habitan las sociedades modernas llevó a Sánchez Ferlosio a la crítica de la inexistencia de cualquier sombra de ciudadanía, tanto en el antiguo orden soviético como en las modernas democracias occidentales. De ahí este apunte:

"Cierto que no hay leviatán más inhumano que el Estado erigido en única garganta receptora y buche depositario de todo bien común; cierto que aun la propia expresión de 'bien común' actúa ya casi siempre como aval ideológico de legitimización para actuaciones estatales que en mayor o menor grado impugnan, contrarían y atropellan cualesquiera...

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