Del crimen a la redención (III)

AutorDaniel De La Fuente

Nacido en Méndez, Tamaulipas en 1931, Alfredo Ballí Treviño fue hijo de una pareja que debió emigrar de aquella entidad cuando los pleitos rurales pasaron a los balazos. Los padres murieron centenarios.

Ballí y su padre eran hombres de armas tomar y de carácter duro. El padre, ya centenario, aún solía cargar un 9 mm, lo que también fue costumbre de Alfredo al salir del Penal del Topo Chico, donde de inmediato se ganó el respeto de los internos no sólo por temor ante la crudeza del delito cometido sino también porque casi desde su ingreso brindó servicio médico e incluso practicó operaciones quirúrgicas y partos.

"Él ayudó a muchísimas personas adentro del penal y tanto lo consideraban que, con el tiempo, hasta lo dejaban salir por las noches para dar servicio a pacientes", dice una fuente sobre este hombre que no perdió la imagen de dandy en la prisión. Usaba conjuntos claros, trajes, zapatos blancos, gafas oscuras debido a la fotosensibilidad y un Rolex Presidente de oro que trajo toda su estancia en prisión y que, en un descuido, tiró a la basura adentro de un calcetín, donde también guardaba rollos de dinero.

"Fui y vine del infierno y lo terminé perdiendo en un calcetín", lamentaba el hombre que ocupó durante muchos años la celda No. 5 de la prisión estatal, cerrada el pasado 30 de septiembre.

El fiscal Alejandro Garza Delgado, quien siempre pidió para Ballí la pena de muerte ("para ir ahorrando papel", decía), argumentó que el crimen se debió a que Jesús Castillo Rangel era su pareja sentimental y que, al avisarle aquel que lo dejaría, decidió quitarle la vida.

"Ballí argumentaba que tuvieron un pleito y que lo había matado en defensa propia, pero yo encontré la ropa de la víctima y estaba limpia. No hubo tal pelea, el médico planeó todo", dijo el fiscal en entrevista años después.

Lo que sí es un hecho es que el médico se arrepintió, por lo que tras meses en silencio tras su aprehensión y a un día de que cerrara la averiguación...

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