Corey Robin, El miedo: historia de una idea politica.

AutorKorstanje, Maximiliano E.

Corey Robin, El miedo: historia de una idea política, Fondo de Cultura Económica, México, 2009, 499 pp.

El miedo político ha sido un concepto examinado por casi más de dos milenios que lleva de existencia la filosofía. Desde Aristóteles hasta Hobbes, pasando por las más variadas perspectivas, como la de Montesquieu o la de Tocqueville, todos han visto en el miedo una variable importante de la vida social y política de un Estado o ciudad. En este sentido, el libro de C. Robin intenta resumir, analizar y explicar el papel del miedo --tanto interno como externo-- como posibilidad de renovación, pero también como instrumento de adoctrinamiento interno. El miedo, como lo imaginamos, conduce voluntariamente al sujeto a la apacible tranquilidad de la vida, pero lo obliga a renunciar a ciertas actitudes de resistencia (pasividad). La pregunta subyacente a lo largo de la siguiente reseña versa en la necesidad de comprender el miedo: ¿como un instrumento de dominación que conlleva a la desconfianza y reclusión?, ¿o como una forma de lograr la estabilidad? El miedo político ¿es conservador o disparador?

El profesor Robin comienza su capítulo introductorio reconstruyendo el mito judeocristiano de Adán y Eva. Dios descubre que luego de comer del árbol prohibido, ambos tenían miedo y se esconden. Antes del pecado, el hombre caminaba libremente por el jardín del Edén hasta que el rigor del trabajo esclavizó sus cuerpos y sus mentes. En consecuencia, la imposición ético-moral trajo consigo consecuencias indeseables, el miedo. El autor elabora una comparación por analogía de la situación de Adán con respecto a los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando miles de estadounidenses salieron forzosamente del letargo cultural en el cual se encontraban. La sociedad estadounidense había estado sujeta a diversos miedos asociados a la Guerra Fría o las revueltas raciales, pero desconocían su responsabilidad directa en la conformación del problema. Robin persigue la idea de que

si bien hay una política del miedo, con frecuencia la ignoramos o la mal interpretamos, complicando la interpretación de cómo y porqué se usa el miedo. Convencidos de que carecemos de principios morales o políticos que nos unan, saboreamos la experiencia de tener miedo tal como muchos escritores después del 11 de Septiembre, pues sólo el miedo, pensamos, puede convertirnos de hombres y mujeres aislados en un pueblo unido. (pp. 16-17) El miedo se construye, de esta forma, como una base o trampolín para poder dominar las controversias subyacentes desde antes del momento crucial en que la sociedad despierte. Ese momento mítico se reinterpreta entonces siguiendo una lógica bipolar de amigo/enemigo y genera la movilización de recursos humanos o materiales con fines específicos. En los enemigos, por regla general, se depositan una serie de estereotipos con el fin de disminuir su autoestima y masculinidad. Demonizados no tanto por lo que han hecho, sino por sus conductas sexuales, atribuimos a ellos grandes desórdenes psicológicos. La incorregibilidad de estas anomalías conlleva la idea de confrontación y posterior exterminio. El miedo como sentimiento primario subpolítico debe comprenderse como resultado de las creencias y se encuentra vinculado a la ansiedad. En este contexto, Robin sugiere que el miedo político no debe entenderse como un mecanismo "salvador del yo", sino como un instrumento de elite para gobernar las resistencias del campo social. Dicho miedo posee dos subtipos: interno y externo. El miedo externo se construye con el fin de mantener a la comunidad unida frente a un "mal" o "peligro" que se presenta ajeno a ella. En otros términos, esta amenaza atenta contra el bienestar de la población en general. Por el contrario, el segundo tipo surge de las incongruencias nacidas en el seno de las jerarquías sociales. Cada grupo humano posee diferenciales de poder producto de las relaciones que los distinguen y les dan identidad. Aun cuando este sentimiento también lo manipulan grupos exclusivos, su función es la "intimidación" interna. Al respecto, Robin explica:

mientras el primer tipo de miedo implica el temor de una colectividad a riesgos remotos o de algún objeto --como un enemigo extranjero-- ajeno a la comunidad, el segundo es más íntimo y menos ficticio, se deriva de conflictos verticales y divisiones endémicas de una sociedad, como la desigualdad, ya sea en cuanto a riqueza, estatus o poder. Este segundo tipo de miedo político surge de esta desigualdad, tan útil para quienes se benefician de ella y tan perjudicial para sus víctimas, y ayuda a perpetuarlo. (p. 45) En el capítulo primero, el autor examina en profundidad las contribuciones y limitaciones de la teoría política de Thomas Hobbes. El miedo, en cuanto condición necesaria para salir del estado de naturaleza y entrar a la civilidad, deviene como creación disuasiva para la convivencia social. Enfrentado directamente a los pensamientos revolucionarios de Cromwell y sus seguidores, Hobbes enfatizaba que existen en el hombre dos tipos de pasiones. La primera se refiere a la búsqueda y el apetito de poseer un objeto específico, mientras la segunda tendencia es conservadora y se explica por la aversión a ser despojado de los bienes adquiridos. Si la avidez, entonces, deja al hombre en una especie de actitud maníaca con respecto a los riesgos de desear lo que es de otro, el miedo restaura los desequilibrios de la pasión anterior previniendo que otro lo someta a su voluntad. Con el objetivo de evitar la "guerra de todos contra todos", los hombres crean un Leviatán a quien confieren el uso exclusivo de la fuerza o coacción. El imperio de la ley protege al hombre en forma integral, incluso de sí mismo.

Por el contrario, en el segundo capítulo Robin revisa críticamente la posición de Montesquieu con respecto a la de Hobbes. Tan diferentes debido a las diferentes condiciones socio-históricas que cada uno atravesó, pero tan similares en la esencia de su pensamiento, sus contribuciones han resistido el paso del tiempo. En contraposición al régimen despótico de Luis XIV, y por pertenecer a la nobleza, Montesquieu prefiere hablar del "terror despótico" para...

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