Cony Delantal / Un saltillo a Saltillo

AutorCony Delantal

Este 14 de febrero soñé con dar el gran salto y pagarle una visita al amor en su propia cuna, París, Venecia o Florencia, pero en eso irrumpió en mis sueños un príncipe azul al que le sale muy bien el papel de aguafiestas y, colorín colorado, mi gran salto acabó en Saltillo.

¿Literal? Sí, literal. Ahí fue donde celebré mi San Valentín de consolación: entre sarapes y pan de pulque. Qué romántico, dirás tú. Pues aunque no lo creas sí se puede.

El "sí se puede" es un canto azteca muy poderoso, porque nos hace creer a los mexicanos que sí se puede. Y así me vine coreando yo por toda la de cuota, ¡sí-se-puede!, ¡sí-se-puede!, con esa tonadita de esperanza que nos sale tan espontánea cuando se ve a leguas que la tenemos bien perdida.

Es obvio que a mi marido le vale el Valentín, pero esta vez accedió "festejarlo" con la enferma condición de que lo hiciéramos en los paradisíacos terregales de la capital coahuilense.

Y yo hasta pensé que su iniciativa era "nomás por fregar", muy al estilo de las que pasan nuestros legisladores, pero resulta que se fundamentaba en que alguien o algo (toma en cuenta que tiene amigos muy amorfos) le recomendó los cortes de un restaurante argentino que abrió allá hace menos de un año y este cavernícola se moría por ir a encajarles el diente.

Fue el momento preciso de fusionar su instinto animal con mi romántica sensibilidad y lanzarnos a pasar una noche en el desierto, para gozar de los placeres de la carne en todas sus modalidades.

El restaurante se atreve a llamarse La Vaca Argentina, que a mí me trae recuerdos de aquella prima que se fue a vivir hace años a Buenos Aires, bastante gordita por cierto. De vez en cuando me sigue tirando un mujido desde allá.

Te decía que, a excepción del nombrecito, el lugar tiene sobrado atractivo, empezando por el encargado, Adrián Angeloni (hasta el apellido suena celestial), que te arma todo un tango de bienvenida con su marcado acento pampero y su porte de Gardel.

Gardelito recibe a los lugareños con tal abrazo de efusividad que pareciera que en Saltillo todos son compadres o algo más, pero siguen siendo reterancheros con los de fuera, porque yo ya me había formado para que me dieran mi apachurrón de quiropráctico con todo y tronadita de cervicales, así como para ir macerándole la cena a San Valentín, y no me tocó más que un vil saludo de mano a tres dedos. Mmmta, no cabe duda que hasta al mejor tablajero se le pela un buen corte.

Pero, hablando de cortes, a los que no se les va...

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