Cony Delantal / Un rincón pa'ellas y ellos

AutorCony Delantal

Después de añales de estar en el Centrito -no me da el coco para acordarme con exactitud, pero deben ser más de 15-, Las Paellas se acaba de mudar al local que perteneció a otro legendario restaurante español: El Rincón Andaluz, que también estuvo sus añitos (y otra vez no me da el coco, pero de éste fueron más de 20) en esa placita que se llama La Placita (¡vaya creatividad!) en Bosques del Valle, por la calle Bosques de Canadá.

Titipuchal de restaurantes han ido y venido por ese resquicio de plaza, pero hoy se siente más coqueto que nunca con la participación estelar de Las Paellas, el italianito Mozzarella y ese místico y lujurioso barecito -o whatever- que se llama El Diablito Catrín, que juntos han convertido el patio de su vecindario en un verdadero atractivo para parejas de enamorados y demás especies en peligro de extinción.

Me encantó ver todas y cada una de las mesas de esa terraza ocupadas por el romance en sus diferentes etapas, desde el amor platónico, por no decir jurásico, hasta el modernísimo idilio de los muchachos de hoy, que básicamente se ejerce vía texting.

El Mozzarella, con su horno de leña y su look de fondita bohemia, atrae a los más jovencitos, a los que se les ve invariablemente clavados en su celular, demostrando su moderno afecto con un like o un poema de 140 caracteres. Vaya, ¡qué época tan romántica estamos viviendo!

En cambio, la atmósfera españolada y tranquila de Las Paellas parece convocar a las parejas más maduritas, que gustan de sabores fuertes y emociones leves.

El nombre no ayuda, pero entiende que Las Paellas es mucho más que paellas. Ahí vas a encontrar embutidos y tapas, aguachiles, cebiches, carpaccios, mariscos (hasta en taco), carnes y, por supuesto, paellas en sus diferentes presentaciones.

Claro, es inevitable pedir paella, porque además es bastante buena. Mi única observación es que se podrían haber visto más generosos con los ingredientes, porque venía anegada de arroz y escasa de sustancia. La porción individual (que más bien es como para 2 individuos) cuesta 95 pesos.

También probamos el vaporeto de mariscos ($120), que trae pescado, mejillón, almejas y camarón cocidos al vapor. Ricos y livianos (light, sería la traducción).

Como en zona ibérica, las viandas sólo saben bien si se acompañan de una copa de tinto. Nosotros las disfrutamos con el vino de la casa que nos ofrecieron, que irónicamente es un Maipo chileno, cosa que a mi marido le valió un tanino, porque lo tenían a muy buen precio...

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