Cony Delantal / El lado oriente de la Tanarah

AutorCony Delantal

Los inquilinos la bautizaron como Tanarah Gourmet, pero la gente la llama de cariño "el lado vacío de la plaza". Es una zona embrujada. Un rincón donde se escuchan lamentos, azotones de puertas y arrastrar de cadenas (así como de restauranteros cerrando sus negocios). Uuuuuuuh, hasta el viento tiene miedo... de abrir un local ahí.

Mal diseño, mala ubicación, mala renta, mala vibra o todas las anteriores, pero el caso es que ahí la gastronomía no acaba de cuajar. Sin embargo, justo en ese oscuro y salitroso recoveco por donde han pasado innumerables cocinas insolventes, se vislumbra un rayito de sol naciente con la llegada de un modesto japonesito que viene a desafiar a la historia, a la ley de probabilidades y hasta la de Murphy, blandiendo la sartén en una mano con su temple de samurái (la otra mano es para sobarle el ombligo a Buda; poner changuitos le decimos aquí).

Se llama Yamasan y se apellida Ramen House, joya nipona del caldo y la sopa oriental (eso ya es de mi cosecha).

No sé si alguna vez hayas probado el auténtico ramen japonés (la Maruchan no cuenta), pero si no, pues tienes de dos sopas: o te agarras un vuelo a Tokio junto con los ahorros de tu vida y un curso básico de señas -que es más digerible que uno de japonés-, o te lanzas aquí a la Tanarah sin más esfuerzo que el de convencer a tu marido de que te saque a cenar.

Yo a veces siento que es más fácil ir a Tokio. Tooodo el camino al lejano Valle Oriente tuve que ir aguantando las jetas de mi telemoniaco marido, quien prefiere fletarse no sé qué intrascendente partiducho entre equipos que ni son de aquí, antes que salir a disfrutar de una encantadora velada con su bella esposa. ¿A ti te pasa? Porque ya no estoy segura si así funciona el cerebro de un hombre normal o a éste de plano le tocó uno de árbitro.

El espacio en el Yamasan es tan apretado como en el Japón, casi claustrofóbico. Todo lo que hay adentro es una barra encaramada sobre las llamaradas de una estufa industrial y algunos peroles hirviendo, y lo único que te salva de un estallido marca Hiroshima es la Virgencita de Guadalupe y la pericia de un cocinero de origen nipón, el Sr. Nagata (no Tanaka), quien prepara todo frente a ti apoyado por sus pupilos, que son pura raza de bronce con habilidades de chef oriental.

El localito tiene mesas afuera, pero además de que 'orita ya cala el chifloncito, tu aventura sería más original y cálida (por no decir explosiva) si te sientas codo a codo en la barra.

Y estuve...

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