Cony Delantal / Un buen fin

AutorCony Delantal

A mí me dijeron que lo del Buen Fin era con un buen fin: apoyar la economía local, así es que hice el sacrificio y me puse a planchar día y noche por esta noble causa.

Mi altruismo desmedido tuvo algunas secuelas. De tallón en tallón, el troyano de la American terminó con la escobeta del casco a ras y la flama de la Santander cobró vida con tanta fricción; nada que no se arregle solicitando otro plástico. Sin embargo, donde sí dejó daño irreversible fue en el ánimo de mi marido, alias el fatalista, que ya está deseando ver cumplida la profecía maya, con tal de no pasar el resto del calendario dedicando sus ofrendas al Dios del crédito. Dice que va a empezar por aventarme a mí a la fosa de los sacrificios. Supongo que eso me hace ser una hermosa doncella... ¡Qué lindo, nunca me había dicho un piropo tan bonito!

Deja tú, además de encadenarme a toda una vida de meses sin intereses, este mismo fin de semana me cayó parentela de nariz alzada y gusto remilgoso, y no tuve más remedio que pasearles su fino paladar por puro restaurante de postín.

El muestreo incluyó al Presidente InterContinental, La Embajada, La Nacional, Lo Spuntino y el Kampai de la calle Roble. Ninguno me defraudó en la cocina, pero sí sufrí varios atentados al pudor presupuestal.

¿Cuál te imaginas que fue el más grosero de todos? Si dijiste La Nacional, ¡prrrrrrrrrrr! (favor de imaginar ese odioso tono de chicharra que ponen en los programas de concursos cuando le fallas a la respuesta), dicho de otro modo: no le atinaste.

Es más la fama, porque el que anda por el infinito y más allá es el Kampai. Debo advertirte que esto NO es un estudio de mercado y NO está avalado por ninguna firma de consultoría, ni siquiera las que contrataba AMLO para que le dijeran que él era el rey; es mi muy campechana forma de descubrir que en un restaurante de ese calibre no te puedes poner en manos de los meseros, porque acabas siendo víctima de bullying patrimonial.

Y es que yo de bruta me dejé llevar sin checar siquiera el menú. ¿Cómo ve la dama si para empezar (a despelucarla) le traemos un par de sashimis de dorado, 24 quilates, corte fino (finísimo), con salsa de joya y jalea de Burberry?

Y así siguieron ofreciéndome todos los tesoros y alhajas del imperio del sol naciente hasta que tronó mi crédito: crustáceos con incrustaciones de oro, camarones de roca diamante y atún sellado con el membrete real del emperador Hirohito. Deja tú, por no fregar la dieta, nunca se me ocurrió amortiguarle con...

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