A Contrapelo / Vicio y virtud

AutorJuan García de Quevedo

Anécdota cierta. A un amigo mío, poeta y brillante, locuaz y fumador compulsivo, lector compulsivo y bebedor compulsivo de café, su novia lo obligó a dejar de fumar porque sus pulmones estaban por agotarse. A este amigo lo vi caminar la Ciudad, toda la Ciudad, agotarse, cansarse y como los alcohólicos anónimos, ganar la batalla día a día. Este amigo, durante meses se volvió intratable porque sencillamente no podía soportar su condición miserable de un sufrimiento permanente. Al tiempo, largo tiempo, ganó la convicción y el amor. Dejó de fumar definitivamente y tuvo hijos. Me comentan que ya se puede hablar con él en santa y sabia paz. Otro amigo, en parecidas circunstancias físicas y emocionales, dejó de fumar con tranquilizantes. Dejó el cigarro para tomar el Lexotan y sus derivados. Dejó el cigarro, pero al tiempo tuvo que ingresar a una clínica para dejar el Lexotan y luego padeció infelicidad infecunda: dejó de escribir y perdió la jiribilla y buen humor que se necesita para vivir. Luego asistí a una reunión de ex poetas, ex filósofos, ex escritores y, claro está, ex fumadores. Reunión terrible, porque vi claramente que estos ex habían perdido algo extraordinario: el sentido del humor.

Yo soy un caso perdido, porque me gusta mucho fumar, soy adicto, real y verdaderamente adicto al tabaco. Sé que moriré, como todos los fumadores y no fumadores, pero posiblemente el tabaco sea una de las fuertes e importantes razones y entonces, quizá, me vaya a arrepentir de mi vicio. Cada día estoy más convencido de que mi vicio es idiota, absurdo y te lleva a la muerte. Estoy convencido que hubiera sido muy bueno no haberlo tenido nunca. En fin, pero perteneces a una generación que fumó y tomó whisky. Una generación que se pudrió los dientes con el tabaco y que sabía que su mal olor era irremediable. En mi generación el extraño era el que no fumaba. Incluso la sociabilidad se daba en torno al café, al tabaco, al whisky u otro derivado etílico. Esos eran los valores, virtudes, vicios ahora, de mi generación.

Entender el día a día de la vida sin el tabaco para mí es más que imposible y por supuesto que el hombre después de los 50 ya es lo que es. Después de los 50 ni conversión ni transformación. Lealtad antes que nada a las convicciones, las pocas que quedan, pero entre ellas el tabaco ocupando un importantísimo lugar. Es posible que si dejara de fumar, a mi edad, me moriría de tristeza. Conozco borrachos impertinentes, bravucones, que tambalean las...

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