A CONTRAPELO / Trabajadores

AutorJuan García de Quevedo

Primero de mayo, Día del Trabajo. Cuando era joven, en Europa se cantaba la Internacional. Claro, me refiero a Europa occidental. Las manifestaciones eran enormes y las banderas rojas con la hoz y el martillo se multiplicaban por miles. El marxismo era filosofía y ciencia del movimiento obrero, de la clase obrera. El trabajador era el héroe que transformaba la naturaleza humanizándola. La lucha de clases era un principio irrefutable, incontestable. La cultura marxista y la intelectualidad de izquierda representaban a la "bienpensantía" de ese tiempo. Se soñaba con la huelga general como épica del hombre nuevo. El proletariado era un concepto con causa histórica, con la razón histórica. La socialdemocracia luchaba por mayores salarios y menos horas de trabajo.

En esa época el mundo era claro, clarísimo: por un lado el campo mundial del socialismo y por el otro la democracia burguesa. Todo era cuestión de esperar a que pacientemente la historia hiciera su trabajo y, por supuesto, formar parte de la cabeza teórica del proletariado: el partido.

Desde cualquier posición el mundo era fácil: desde la democracia burguesa, que pensaba que la libertad y también la libertad para explotar la fuerza de trabajo era el mejor mundo posible, y desde el mundo socialista, que repetía día con día que libertad sin igualdad era mera retórica, metafísica pura. Que ese mundo de libertad ocultaba la verdadera naturaleza del Estado capitalista: la explotación. Explotación de una mayoría por una minoría cada vez menor.

Eran tiempos de lecturas fáciles sobre el mundo, sin las complicaciones de análisis que nos exige el día de hoy. Cuba era heroica por haber logrado la hazaña de derrotar al imperialismo norteamericano en sus propias barbas. Porque el imperialismo norteamericano representaba el mal absoluto mientras que para la otra parte era el bien absoluto. La lectura de la historia se simplificó hasta el extremo y se vivía más en el dogma, en la entraña misma del dogma, que en una reflexión prudente y seria de lo que en realidad pasaba en el mundo socialista y capitalista.

Lo extraño era que el Día del Trabajo, mientras en el mundo se gritaban consignas revolucionarias, aquí en México los sindicalistas le daban las gracias al Señor Presidente. De hecho el Presidente era el primer obrero de la Nación. Esto me tocó verlo con López Mateos, Díaz...

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