Construir gobiernos desde la política

AutorFelipe Calderón
  1. La democracia, el primer reto

    ¿Cómo sustentar la acción política en una idea integral, sea ésta una doctrina o incluso una filosofía política? ¿Cómo lograr la adecuación de esa idea a una praxis cambiante, como es la realidad de cualquier sociedad? Ambas preguntas fueron, quizá en ese orden -primero la idea, luego la acción- una búsqueda constante en el pensamiento de Carlos Castillo Peraza, que el próximo 17 abril cumpliría 60 años de edad. Ambas contribuyeron, además, a forjar un ideario esparcido en distintos libros y publicaciones que llegaron a ser una pauta para la transición política mexicana.

    Carlos perteneció a esa clase de políticos que no se atrincheran en las ideas abstractas pero que tampoco someten la acción al instante: aquélla debe encaminarse siempre a la consecución del bien común. No valía para él lo espontáneo o lo improvisado, hacía falta antes la reflexión, el apego a un sistema de valores que pone por encima de cualquier teoría o consideración al hombre mismo: fue un auténtico humanista, hombre de enorme compromiso y preocupación social, de sentido de justicia entrañablemente llevado por la vida.

    Carlos decidió llevar sus actos a la altura de sus ideas, era un convencido de que teoría y praxis, pensamiento y organización, debían estar indisolublemente unidos. "Un pensamiento que no se traduce en palabra es un mal pensamiento, y una palabra que no se traduce en acción es una mala palabra", solía decir. Las ideas sirven de poco si éstas no encuentran una forma de encaminarse a resolver los problemas cotidianos de las personas, es decir, la idea debe estar al servicio de la sociedad, debe sustentar el hacer de la política y acompañarlo en todo momento. "Hacer política -escribió Carlos- es hacer sociedad".

    En diversas ocasiones me comentó que tomó la decisión definitiva de participar en política y política partidista, entre otras cosas, después de haber leído un libro de mi padre titulado Política y Espíritu: Compromisos y Fugas del Cristiano, que junto con El 96.47% de los Mexicanos del cual es secuela, aborda la terrible incongruencia de un México que se confesaba entonces y mucho más que ahora, abiertamente católico y que sin embargo no vivía en su cultura los más elementales valores, virtudes y principios cristianos de caridad, justicia, fortaleza o templanza. Una sociedad profundamente religiosa que rehuía los más elementales deberes éticos con el prójimo en la actividad social, económica -los empresarios patrocinadores de fiestas religiosas pero abusivos con sus trabajadores- y que por supuesto evadía el deber político. El ferviente católico que por igual besa el anillo del obispo y al mismo tiempo acude puntual al "besamanos" del gobernante corrupto y asesino, el líder de los "cursillos de cristiandad" que manipula urnas y actas, y en general la pléyade de laicos fervientes pero incapaces de abrir la boca o mover un dedo en aquel México terriblemente autoritario y antidemocrático. A ellos se refería mi padre, a "aquellos otros hermanos que, temerosos de que nuestra definición política pudiera comprometerles, prefieren vernos de lejos". Pero también se refería en ese texto a la generación de Carlos Castillo, a quienes dedicó sus páginas: "ellas van también dirigidas especialmente a los jóvenes luchadores -ya en las trincheras políticas y sociales, ya en las culturales y...

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