Construcción de saberes, ¿para qué?

AutorAntonio Saborit

A Elsa Cecilia Frost, traductora, editora, historiadora

La ignorancia, como la belleza, es difícil de fingir y salta a la vista. Hace poco, por dar un ejemplo de los estragos de que ambas son capaces, el comité que emite diagnósticos sobre la calidad profesional de las revistas de historia a nombre de la institución que lo convocó: el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, desestimó la pertinencia de traducir ensayos, artículos y reseñas en estos órganos de comunicación, y más adelante, el mismo comité tomó a broma la apelación de los editores de una de las revistas lastimadas por la majadería. Se ignora qué causó más gracia, la sola apelación a la sentencia o que los editores crean, como dicen en su apelación, que las traducciones suponen una empresa intelectual.

Supongamos que el comité no actuó con mala fe. Traducir, ¿para qué? La respuesta es obvia, pero no para un comité como el referido -y me temo que la obviedad de la respuesta tampoco suene como una bofetada para los burócratas con títulos de científicos sociales que en los últimos 30 años no sólo han visto con brazos cruzados el deterioro de los niveles de la educación en México, sino que en buena medida dieron forma a ese desastre con el arrobamiento que les proporcionan su irresponsabilidad pública y su indigencia intelectual.

Olvídense de traducir, dicen; y en el desparpajo de semejante acerto dicen incluso olvídense de leer, ¿para qué?, los tiempos son tan difíciles y raudos que ni maestros ni alumnos tienen tiempo que perder en la construcción de sus propios conocimientos, ni en ampliar el dominio de la inteligencia y de la sensibilidad. Los pregones sobre nuestras crisis económicas, lejos de prevenirlas, revertirlas o aliviarlas, sólo lograron infundir toda la piedad del mundo en donde más daño podían causar: el proceso educativo. Me pregunto cuántas generaciones de maestros y alumnos han sido sacrificadas en aras del piadoso y arrogante relajamiento de los vínculos entre el saber y el mundo. ¿Cuántas generaciones no perdidas, desperdiciadas, a nombre de la comodidad de una cadena interminable de lamentos? Ahí están los resultados desde hace años, pese a la prodigalidad y dramatismo que los últimos meses nos regalaron: la educación se desvió de nuevo por la ruta que conduce a la caverna. Sólo que esta caverna, como advierte Emilio Lledó en Lenguaje e historia, es mucho más peligrosa que aquella de la que al parecer empezó a escaparse la humanidad hace miles de años.

Pero...

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