Mi conjura

AutorSealtiel Alatriste

Nuestra Revolución da la impresión de ser un hecho lejano e incierto. Fue la primera del siglo pasado, y transformó el país no sólo por su cauda de violencia, sino porque revirtió todas las formas de la vida nacional, desde las sociales y económicas, hasta las culturales y políticas. Fue, más que un movimiento armado, la toma de conciencia de una nación que se debatía entre la pobreza, la ignorancia, y una dictadura que duraba más de 30 años.

Quizá la suerte, o la mala suerte, como ustedes quieran, hizo que el movimiento estuviera a punto de abortarse cuando se descubrió la conspiración que actuaba en la ciudad de Puebla, y el ejército federal atacó la que entonces era la casa de mi familia (hoy Museo de la Revolución). Ahí perdieron la vida mis tíos, Aquiles y Máximo Serdán Alatriste, pero Carmen, la hermana que los sobrevivió, dio un grito de advertencia que, sin haberlo escuchado, me ha acompañado a lo largo de mi vida. Dicen que cuando los militares rodearon su casa y apuntaron sus rifles contra la fachada, Carmen Serdán apareció en un balcón y gritó: "Mexicanos, no vivan de rodillas". Los soldados, sorprendidos por su valentía, no atinaron a disparar sino hasta que el medio cuerpo de mi tía había desaparecido tras la cortina. Después comenzó un zafarrancho. Cuando los hermanos Serdán fueron derrotados el país se había levantado en armas.

Ha pasado casi un siglo desde entonces y a muchos debe parecerles un tanto trasnochado que me acuerde de aquel movimiento armado. El mundo ha cambiado, me dirán, la economía es otra, las sociedades se han globalizado, los valores que nos sostienen no tienen nada que ver con aquel pasado, y, aún, George W. Bush ha inventado un cruel oximorón: liberar a un país matando a sus ciudadanos. ¿Qué tienen que hacer ahora los valores de una revolución de hace un siglo? Recuerdo que en el México de los años ochenta leí una pinta en una barda que decía: "Si alguien ha encontrado a la Revolución Mexicana, que la regrese a sus dueños". Hacía alusión a la larga, larguísima, y prolongada estancia del PRI en el gobierno, y ponía de manifiesto que los postulados reivindicativos de la Revolución tenían que adecuarse a la actualidad. ¿Para qué seguir, entonces, duro que dale con la misma cantaleta?

Con la llamada novela de la Revolución pasa lo mismo: para casi todos es un género superado y hasta cursi. Pero yo no puedo evitar que la piel se me ponga de gallina cada vez que pienso en Carmen Serdán. "¡Ay qué ganas!", me digo, "de escribir una novela de la Revolución".

¿Cómo y para qué, me preguntarán ustedes, vuelvo la mirada a un género que ha agotado sus recursos? De Mariano Azuela a Martín Luis Guzmán; de las Memorias de Vasconcelos a las del general José Guadalupe Arroyo (que Jorge Ibargüengoitia publicó con el título soez de Los relámpagos de agosto); se han abarcado todos los registros, se han novelado todas las batallas, y se han inventado todos los personajes. Táchenme de trasnochado, repito, pero yo seguiré insistiendo que tengo ganas de novelar el origen que rige el anhelo democrático del México del día de hoy: el grito de una mujer fuera de serie que, con su súplica, con su inacabado soneto, hizo que este país cambiara. "Mexicanos, no vivan de rodillas".

Con este grito de guerra resonando en la cabeza, hace algunos años escuché un...

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