La comedia política / ¡Me urge un baño!

Una cosa es segura: Marcelo Ebrard jamás se va a fajar los pantalones para impedir que los perredistas, los maestros, los encuerados de los 400 pueblos, los emozapatistas, los punketos, las adelitas, los adelitos o cualquier otro grupo de iluminados bloqueen las principales avenidas de la Ciudad de México. Es más fácil que caiga nieve en el infierno o que el América gane el Clásico, antes de que Marcelo se decida a aplicar la ley para garantizar la paz de los capitalinos que sí trabajan. Y dado que nunca veremos que las autoridades cumplan su chamba permitiendo el libre tránsito de las personas, tengo una sugerencia: ¡instalen baños públicos! Y que sea en cada esquina de las avenidas que más padecen los bloqueos como Paseo de la Reforma, Tlalpan, Insurgentes y Bucareli. Pero estoy hablando de baños en serio, y no de esas letrinas de fibra de vidrio, como de concierto de Los Temerarios, y que huelen como si no los hubieran lavado desde que Pancho Villa y sus Dorados hicieron sus doradas necesidades en ellos. Nada de eso. Pido, exijo, demando, suplico que pongan unos baños decentes, así como de Sanborns, en los que uno se sienta tan a gusto como Emilio Azcárraga manejando su Ferrari. Unos baños en los que airear sus intimidades se pueda hacer sin miedo a pescar un chancro prehistórico de esos que supuran en verde y huelen a caño atascado. ¿Y todo eso por qué?, se preguntaran algunos. La respuesta es muy sencilla: ¿alguna vez te has quedado atrapado en el tráfico por una manifestación y con ganas de mear? Si te ha pasado, no es necesario que sigas leyendo, pues ya conoces esa angustiosa y casi acuosa experiencia. Si no te ha pasado, déjame que te cuente. Imagínate que vas manejando, digamos, por Paseo de la Reforma. Vienes de la comida que el lambiscón de la oficina le organizó al jefe por su cumpleaños. Te tomaste dos cervecitas porque ni modo de hacerle el desaire al patrón, sin embargo te que quedaste con el antojo de una más, pero te aguantaste porque ni modo de que se dieran cuenta de que eres bien borracho. Y así como te aguantaste, machín, de tomarte otra cerveza, también te aguantaste las ganas de pararte de la mesa para ir al baño, pues ya sabes que nunca falta el malaleche que seguramente hubiera aprovechado tu ausencia para hablarle mal de ti al jefe. Así, pues, te subes a tu coche, te arrancas, tomas por Paseo de la Reforma y apenas en el primer semáforo sientes la primera llamada, primera. Una ligera punzada ahí donde te platiqué...

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